Gracias al clickbait se ha puesto de moda recomendar La dura verdad sobre la dictadura de Franco, que Netflix ha estrenado este mes de octubre. El título de la serie también sirve de reclamo, como si, de golpe, nos tuvieran que descubrir vete a saber el qué. Antes de recomendarla vedla entera, porque quizás hay detalles que os conviene conocer antes de ir a remolque de un boca-oreja enardecido pero poco fiable. La serie sabe arrancar añadiendo intriga. Presenta a Franco como “uno de los dictadores más misteriosos de Europa”, a pesar de que de misterio, después, más bien poco. También empieza con una anécdota basada en un rumor muy efectista sin contrastar: que Carmencita no era la hija del dictador con Carmen Polo sino de su hermano pequeño, Ramón Franco, con una prostituta.
La serie es de producción alemana, y Netflix, incomprensiblemente, no la ha doblado al castellano. Para los que no entienden el alemán, los cinco capítulos en versión original se acaban haciendo pesados porque es muy denso en cuanto a palabra, ya sea a través de una voz en off o de las explicaciones en cadena que van ofreciendo historiadores, militares y testigos. La serie cuenta con un montón de imágenes de archivo que se van encadenando, a menudo sin contextualizar y mezclando localizaciones, de tal manera que el montaje se convierte en un guirigay en el que el espectador interesado se afana en saber dónde lo están situando visualmente a cada instante sin ningún criterio claro. A pesar de todo, justo es decir que, para los grandes forofos de la historia, La dura verdad sobre la dictadura de Franco sabe dar en los cuatro primeros episodios una versión exhaustiva y muy condensada de los cuarenta años del régimen franquista.
Pero hay un aspecto extraño en la estructura de los cinco capítulos. El primer episodio condensa desde el nacimiento de Franco hasta que se convierte en jefe de estado. Los capítulos dos, tres y cuatro repasan la dictadura profundizando en estrategias políticas y económicas, las dinámicas en política exterior, la connivencia y colaboración del dictador con el Tercer Reich y los nazis, el nepotismo y la corrupción de la familia Franco, la manera en la que España se benefició de la Guerra Fría, el uso político de la Iglesia, el escándalo de los bebés robados, el turismo como mecanismo de propaganda y la tutela de Juan Carlos de Borbón como sucesor. De hecho, el cuarto episodio se cierra con la muerte de Franco y el giro hacia la democracia con el rey Juan Carlos, justo es decir que con bastante entusiasmo. La sorpresa llega en el capítulo cinco, el último. Es una especie de refrito de los cuatro episodios anteriores, con imágenes aprovechadas y fragmentos ya explicados. Son los restos de la serie, con testigos que no debían de saber donde colocar. En el quinto capítulo Franco resucita y vuelve a morir y Juan Carlos vuelve a asumir el cargo, e incluso, de regalo, meten el Procés soberanista para que no se diga. El último capítulo es una chapuza insólita, un resumen apresurado, hecho a partir de trozos que sobraban. Seguramente es la prueba de que la serie es tan pesada que ni los de Netflix se han entretenido en hacer el control de calidad.