No ayudéis a nuestros represores

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Una mujer con el cabello descubierto sobre un vehículo mientras miles de personas se dirigen hacia el cementerio de Aichi en Saqez, la ciudad natal de Mahsa Amini, para conmemorar los 40 días de su muerte –su asesinato por no llevar bien puesto el velo desató una revuelta de mujeres en Irán el año pasado.

Mientras los cineastas iraníes se abren camino en medio de las tumultuosas secuelas del movimiento Mujeres, Vida, Libertad, la Casa Àsia presenta una muestra de películas iraníes en colaboración con la embajada de la República Islámica de Irán y la Fundación Farabi, una institución gubernamental.

Los regímenes autoritarios han reconocido a lo largo de la historia la importancia del cine para difundir propaganda y normalizar las atrocidades que cometen. En este sentido, el cine iraní no ha sido una excepción bajo la férula de los ayatolás.

El ayatolá Jomeini consideraba explícitamente el cine prerrevolucionario como el “centro de la obscenidad”; es decir, creía que los artistas cinematográficos no eran instrumentos adecuados para difundir la propaganda de su régimen. Por eso, cuando llegó al poder, más de una generación de valiosos actores y artistas cinematográficos iraníes fueron depurados. Durante la existencia de la República Islámica la práctica del interrogatorio y el encarcelamiento se ha convertido en el principal método para controlar este sector, provocando la pérdida de todo el capital intelectual y artístico del cine iraní.

Ya desde el comienzo de la Revolución, el gobierno y sus seguidores exigieron que el cine se pusiera al servicio de sus intereses y creara productos que les beneficiaran.

Dentro de su programación más reciente, la Casa Àsia, en colaboración con la Embajada de la República Islámica y la institución gubernamental Fundación Farabi, inauguró el jueves un ciclo de proyecciones de películas que quieren contribuir al objetivo cultural de construir puentes entre barceloneses e iraníes.

La Casa Àsia tiene la responsabilidad de presentar una imagen de Irán, ahora, cuando se cumple solo un año de una de las revueltas más importantes contra la dictadura islámica. Es raro que, para cumplir esta responsabilidad, hayan optado por colaborar con dos instituciones gubernamentales: la embajada de la República Islámica y la Fundación Farabi.

¿Pero qué es la Fundación Farabi? Poco después de la instauración de la República Islámica se decidió que, además de controlar el capital destinado al cine, las producciones y los artistas de este ámbito debían quedar también bajo la supervisión de los organismos de seguridad. Esta politización fue impulsada por el gobierno con una dedicación e inversión considerables, con el objetivo de transformar rápidamente el cine en una institución propagandística conveniente desde la perspectiva del gobierno. Se crearon varios organismos gubernamentales de seguridad con una buena dotación de capital y bastante poder ejecutivo para sacar adelante este proyecto, entre los que destacan la Secta Artística de la República Islámica y la Fundación Farabi. El presupuesto de los organismos de seguridad –como el ministerio de Inteligencia y la Guardia Revolucionaria– y otras agencias estatales se destinó a proyectos que estaban bajo los auspicios de estas instituciones. El deber de estas instituciones no era solo difundir propaganda para normalizar la represión dentro de las fronteras sino también producir películas con elementos artísticos para los festivales internacionales. El objetivo era hacer filmes afines a Occidente en los que no hubiera ningún rastro de ira popular contra la dictadura religiosa, que diluyeran las causas de las protestas y resultaran, además, lo suficientemente exóticos a ojos de los occidentales.

Al final, esta estrategia ha desembocado en la muerte del cine independiente iraní.

La corrupción de las relaciones, el poder, el control y el capital que la República Islámica ha impuesto al cine han dificultado mucho la alianza de los cineastas con el pueblo. Las mujeres tienen una situación de lo más peculiar porque sobre ellas ha recaído la misión de hacer publicidad del modelo ideológico del gobierno. Pero esta vez todo ha cambiado. Han sido muchas las destacadas actrices iraníes que se han quitado el hiyab obligatorio en solidaridad con Mujeres, Vida, Libertad, y muchos actores han apoyado a las mujeres y han suspendido algunos proyectos. Han detenido a varios artistas y los han enviado a prisión, mientras que otros corren el riesgo de enfrentarse a órdenes de ejecución.

La lucha y la resistencia de los artistas cinematográficos contra la explotación gubernamental han impulsado la siguiente revuelta a nivel mundial. El Festival de Cine de Berlín sancionó, por primera vez en un festival de estas características, a los representantes del gobierno iraní y de los medios de comunicación estatales. En vez de los habituales stands de instituciones gubernamentales iraníes como la Fundación Farabi, se asignó uno, dentro del prestigioso mercado del festival, a la Asociación de Cineastas Independientes Iraníes. El Festival de Cannes, el mayor del mundo, ha mantenido esta tendencia. No aceptaron ninguna película del cine oficial iraní y solo se proyectó una que tocaba temas de crítica importancia y que no había recibido la autorización del ministerio de Cultura y Orientación Islámica para participar en festivales extranjeros.

Y así ha sido como se ha dado una oportunidad al cine independiente y underground iraní.

Sin embargo, los artistas cinematográficos pagan en estos momentos el precio de esta resistencia. Ahora que la Fundación Farabi tiene la intención de proyectar películas para los barceloneses, a más de veinte destacadas actrices iraníes les han prohibido trabajar y salir del país, muchos artistas han sido detenidos o todavía deben responder por sus cargos ante los tribunales de la República Islámica después de ser interrogados, otros se arriesgan a graves condenas como la ejecución y muchos han recurrido al exilio para salvar la vida.

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