El no futuro de los jóvenes es un problema de todos

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La incertidumbre sobre el futuro a menudo afecta la salud mental de los jóvenes más vulnerables

El futuro es de los jóvenes. Por eso sabe tan mal que los adolescentes surgidos de la pandemia lo vean desdibujado o prefieran no verlo. La que en el diario de este domingo bautizamos como generación covid es la de unos chicos y chicas que han salido trastornados de los confinamientos, con algunas lecciones aprendidas y unas cuantas experiencias traumáticas como mochila. Tienen entre 15 y 18 años, y su proyecto inmediato es rehacerse, recuperar el tiempo perdido, volver a empezar. La sensación es que han perdido dos años decisivos, una hipoteca que les pesa y que les hace ver el horizonte nublado, incierto. Los jóvenes tienen la virtud de hablar claro, sin tapujos, y lo que nos están diciendo es que les falta ilusión. Son el espejo de lo que nos pasa también a los adultos, al conjunto de la sociedad: el encadenamiento de crisis -económica, política, pandémica y ahora bélica- nos ha dejado desorientados y desmoralizados, con la sensación de que hay que volver a empezar, pero sin que todavía tengamos claro el rumbo.

Pues bien, si esto ya supone un peso pesado para los adultos, todavía lo es más para los jóvenes, que, como explican los profesionales de la salud, han salido bastante alterados de la pandemia en términos de salud mental. Los datos son preocupantes y tienen un sesgo tanto de género (las chicas han sufrido más que los chicos) como de renta (a los jóvenes de entornos vulnerables les ha perjudicado más). La socialización ha quedado básicamente restringida durante dos años a las pantallas y las redes sociales, hecho que ha mediatizado las relaciones y ha acentuado tendencias al aislamiento, a la introspección insegura. Expuestos a las redes casi como único escaparate, sin la espontaneidad del contacto directo y de la relación física, tan importantes en estas edades de formación de la personalidad, muchos adolescentes han visto crecer sus inseguridades y miedos. Solo les ha quedado la familia, cuando precisamente tenían la imperiosa necesidad de desmarcarse. En los casos en los que, además, la familia no ha sido un entorno acogedor y comprensivo, con capacidad de diálogo, las problemáticas se han agravado. Por eso los profesionales de la salud mental han tenido que recoger un aumento cuantitativo y cualitativo de casos, una realidad que hay que abordar con recursos y atención específica, tanto en el sistema de salud como en el mundo educativo. También hace falta, claro, crear las condiciones socioeconómicas para que tengan la perspectiva de forjarse una vida autónoma. Sin dramatizar y sin minimizar, toca ayudar a los adolescentes y jóvenes a volver a creer en ellos mismos. Toca cederles la palabra y escucharlos. Solo así, haciendo que recuperen la autoestima y las ilusiones, volverán a mirar adelante sin recelos, volverán a pensar un futuro posible, el que quieran. Su futuro es también el nuestro, el de todos.

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