Todos recordamos el juguete que nunca nos trajeron, más que el que sí nos llevaron (el mío es el CinExin). Pero a menudo sientes también algún músico que dice que los Reyes, sin que lo hubiera pedido, le llevaron el instrumento y aquello fue el principio de su vocación. De hecho, la canción de Serrat es un poco esto: "Me la regalaron cuando me rodeaban sueños de mis dieciséis años, todavía adolescentes". A mí, un año, me trajeron una Olivetti de color amarillo, con la que escribí docenas de cuentos. Ocurría que, claro, se gastaba más el color negro, de la cinta, que el color rojo, y entonces, para aprovechar, colocabas la cinta al revés y lo escribías todo en rojo.
Si pienso en esto es porque hoy han venido los Reyes y más de un niño y más de un adulto pensará: "Yo diría que soy muy fácil de regalar, ¿cómo es que nunca me aciertan?" La culpa es de quien escribe la carta. Lo escribe, a veces, a toda prisa, a la fuerza, sin disfrutarlo. A veces pide para el otro lo que quiere para él (una tele o un exprimidor o tal botella de vino). ¿Cuántas máquinas de hacer pasta fresca yace en los estantes? A veces regala lo que le distingue (un libro o un disco que a él le gustan) o un toque de atención (un método para adelgazar o una sesión de relax) o las temidas “cosas útiles” como los calcetines o el anorak .
Por eso, en estos momentos de la vida, sólo que alguien un instante, un instante pequeño, haya pensado de verdad en ti y en qué te gustaría, en aquello que “refuerce” lo que tú eres, aunque s equivoque, te está haciendo el regalo. Por eso, en estos momentos de la vida es cuando el regalo “manufacturado”, una carta, un dibujo, un almuerzo, son la verdadera mirra, que es, como sabemos, el regalo tapado de los tres Reyes. El oro y el incienso casi siempre llevan el triste ticket de compra incorporado.