Allí donde no llegan los McDonald’s

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La teoría de los arcos dorados del periodista Thomas Friedman dice que “No hay dos países con un McDonald’s que hayan ido a la guerra entre ellos desde que cada uno de ellos abrió su primer McDonald’s”. La idea era validar la globalización neoliberal, demostrar que con el fortalecimiento de la interdependencia económica la paz llegaría sola. Pues bien: el día que cayeron las primeras bombas sobre Kiev, Rusia tenía 847 puntos de venta de McDonald’s, mientras que Ucrania tenía 108. También sabemos que, poco después de la invasión, la multinacional del payaso inquietante, como tantas otras, cerró su negocio en Rusia. Las franquicias han sido sustituidas por Oncle Vània, una cadena de comida rápida inspirada en la gran obra de Chéjov, que aprovecha que en cirílico nuestra V se escribe B y pone la grafía girada parodiando la M de McDonald’s, de forma que cambie, pero todo siga igual.

Que los McDonald’s conquistaran la antigua Unión Soviética o la ciudad prohibida de Pekín, resume una evolución histórica que solo ahora empezamos a entender del todo. En teoría, durante la Guerra Fría competían los dos proyectos universalistas más radicales que había producido la Modernidad. Tanto la democracia liberal, con los derechos humanos y la defensa de las libertades del individuo, como el comunismo, con la internacional de los trabajadores y la revuelta del proletariado para abolir las clases, eran dos sueños modernos porque tenían que valer para todo el mundo en todo el mundo, independientemente de lenguas, razas y culturas. La guerra no era entre naciones, ni entre civilizaciones, sino entre dos utopías que aspiraban a transformar el mundo entero.

Pero cuando la democracia liberal ganó, la única que se universalizó fue el capitalismo. En realidad, liberalismo y comunismo se asemejan más entre ellos que con el mercado. Tal como explica el filósofo y crítico de arte Boris Groys, que vivió bajo el régimen comunista ruso más de cuarenta años, el capitalismo no ofrece una alternativa. El universalismo de las ideologías es explícito y articulado, pide unas conductas determinadas a todo el mundo que se afilie. Pero el capitalismo es un universalismo camuflado, porque esconde sus exigencias detrás de un tornado de mercancías e ideas multicolores. Según Groys, la diferencia es que el viejo universalismo político pedía abandonar la identidad personal para enrolarse en un proyecto transformador, mientras que el universalismo del mercado permite que todo el mundo diseñe la identidad personal que quiera siempre que se limite a quedarse en el reino estético y no traduzca los cambios en una conducta peligrosa para el sistema.

Al inicio de la guerra, el ARA publicó un artículo de Slavoj Zizek que se preguntaba qué quiere decir realmente defender a Europa. El filósofo defendía que Occidente solo se salvará si deja de acoger a los refugiados rubios y de ojos azules, y “construye puentes con los países en desarrollo y emergentes, muchos de los cuales tienen una larga lista de agravios justificados contra la colonización y la explotación occidentales”. Lo que en realidad quería decir Zizek, que se define como comunista, es que el futuro de Occidente depende de continuar el legado universalista de la Ilustración y llevarlo hasta el final.

Tanto el liberalismo como el comunismo son dos ramas del tronco de la Modernidad europea. Ante nuestros ojos, estamos viendo emerger un mundo con civilizaciones cada vez más compartimentadas, que aducen valores culturales diferentes para justificar robos, genocidios e injusticias de todo tipo. Los ucranianos encarnan una enmienda en este relativismo premoderno. A pesar de compartir las mismas raíces étnicas que los rusos, que Putin esperaba que los llevarían a recibir su invasión con los brazos abiertos, la gente de Kiev pide entrar en la Unión Europea junto a italianos, franceses, alemanes y un largo etcétera de culturas mucho más alejadas de la suya. Los valores universales siguen teniendo sentido y estaría bien recordar que contienen una demanda mucho más elevada y exigente que tener un McDonald’s en la esquina.

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