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La revelación de las identidades que se esconden detrás el pseudónimo de Carmen Mola ha hecho mucho más que revestir de polémica la entrega del último premio Planeta. De hecho, y más allá del eco mediático generado, la constatación de que Carmen Mola es, en realidad, un producto editorial creado por tres autores hombres tiene un no-sé-qué de cinismo y de manipulación que, entre otras cosas, ha dado un impulso a algunos discursos emperrados en buscar paralelismos de andar por casa entre el fenómeno Carmen Mola y el uso de los pseudónimos masculinos a los que históricamente han tenido que recurrir las mujeres creadoras para esquivar los prejuicios editoriales de su época.

Al fin y al cabo, los tres autores que ponen cara, ojos y penes a Carmen Mola ya habían publicado varios libros a título individual, y si bien es muy legítimo escribir una obra en seis manos, es también inevitable encontrar un punto de sarcasmo, de juego travieso, de broma perversa, en el hecho de elegir un nombre femenino para firmar las novelas de un género que, justamente, celebra el éxito de la autoría femenina como una forma de reivindicación inevitable de un espacio que tradicionalmente se ha reservado a los hombres.

Así pues, nada mejor que este premio Planeta para añadir significaciones machistas a esta circunstancia y para dar cuerda a los discursos empapados de virilidades ofendidas; a las masculinidades temerosas de un tipo de absurda castración postheteropatriarcal; a los clamores de algunos machos literatos que aprovechan cualquier excusa para reafirmarse en el papel de víctimas de una discriminación positiva que, mira por dónde, pone el foco en unos perfiles que, hasta hace no mucho, eran relegados apenas a la novela costumbrista y romántica, a la novela endogámica escrita por y para mujeres. De hecho, y para alimentar la ironía de todo, esta Carmen Mola triplemente masculinizada puede presumir de ser, de entre todos los premios Planeta precedentes, el mejor dotado. El chiste era fácil.

Cada época tiene sus complejidades y delicadezas, y por eso sería ridículo negar que hay iniciativas, gestos, palabras y hechos que pueden hacer un mal sepultado, sutil, casi imperceptible, a algunos símbolos y algunos hitos logrados en base de años de derribar estereotipos, prejuicios y marginación. En este sentido, por lo tanto, es innegable que la utilización de una autora ficticia por parte de tres autores parece poco útil para una causa que busque erradicar las desigualdades de género en el ámbito literario y creativo (o en cualquier otro ámbito). Más bien el contrario, y desde el momento en el que está claro que este uso no paradigmático del pseudónimo no responde a ningún intento de evitar una discriminación de género, lo único que hay que pensar es que, en el mejor de los casos, Carmen Mola es la ocurrencia frívola de un grupo de amigos escritores que no le dieron más vueltas al tema. En el peor de los casos, sin embargo, Carmen Mola sería una manera exageradamente poco empática de invalidar las reseñas y los comentarios que elogiaban el sello femenino de las novelas de Mola y que ahora quedarán reducidos a caricatura entrañable.

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