El economista francés Philippe Aghion, uno de los tres ganadores del premio Nobel de Economía de 2025.
20/10/2025
Economista. Catedratic emèrit de la UPF i de la BSE. President del BIST.
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El premio Nobel de economía de este año celebra dos contribuciones que están en la base del entendimiento contemporáneo de la economía de la innovación, y en consecuencia, del crecimiento económico. Una, la de Joel Mokyr, ya ha merecido un artículo en el ARA (de Albert Carreras, el 13 de octubre). Este lo dedicaré a la de Philippe Aghion y Peter Howitt, que, conjuntamente, formularon una teoría de la innovación basada en el concepto de "destrucción creativa" de Joseph Schumpeter. Es rigurosa, empíricamente contrastable y útil para las políticas públicas.

Schumpeter, nacido en Austria-Hungría y desde 1932 profesor en Harvard, publica, en 1942, Capitalismo, socialismo y democracia, un libro en el que expresa su concepción del dinamismo del capitalismo como el resultado de la acción de los empresarios con ideas nuevas que empujan nuevos proyectos. Que, compitiendo, crean. Un punto clave es que Schumpeter entiende que la competencia por la innovación exige la existencia de monopolios, ya que la innovación solo se producirá si el empresario goza de una protección (llamadlo patentes) contra la copia por parte de competidores. Esta concepción positiva del monopolio era una novedad en la tradición económica liberal, que solo los admitiría, y aún así regulados, en el caso de rendimientos a escala ilimitados (monopolio natural).

Ahora bien, una innovación que cuaja destruye capital que ha quedado obsoleto. Aquí tenemos una asimetría: los que pierden son los instalados, no el empresario innovador. Y, por lo tanto, la destrucción creativa propicia que el instalado de hoy, que puede ser el innovador de ayer, dedique las rentas de monopolio a crear barreras a la innovación. Schumpeter estaba convencido de que esta tendencia triunfaría y de que su capitalismo —el del emprendedor— se estancaría y se convertiría en otra cosa: un sistema de monopolios burocratizados con poca innovación. Escribe: "El capitalismo, ¿puede sobrevivir? No, no creo que pueda".

Las ideas de Schumpeter eran esto: ideas y grandes visiones. No tenían detrás ni una modelización teórica ni evidencia empírica lo suficientemente trabajada. Pero eran atractivas y potentes. En Barcelona Fabià Estapé las popularizaba cuando yo era estudiante. Resonaban bien con los capitanes de industria de Vicens Vives. Pero el hecho es que pasaron décadas antes de que Aghion y Howitt las incorporaran en un modelo preciso, susceptible de someterse al test de los datos y desplegable en una multitud de direcciones que se pueden consultar en Le pouvoir de la destruction créatice -Philippe Aghion, Céline Antonin y Simon Bunel-, que recoge las lecciones de un curso en el Collège de France en 2020. Hoy los resultados de este programa de investigación son fundamentales para las políticas de impulso a la innovación. Impregnan el informe Draghi.

Un ejemplo: Aghion ha insistido en que el nivel de innovación en un sector económico depende de la estructura productiva y del grado de competencia en el mercado, variables sobre las que las políticas públicas pueden incidir buscando el nivel de innovación que, dicho à la Gramsci, optimice el ritmo combinado de nacimiento de lo nuevo y de defunción de lo viejo. Consideremos dos casos extremos. En uno tenemos un mercado radicalmente competitivo (en particular, sin patentes). Entonces, el nivel de innovación, por la imposibilidad de apropiarse del valor creado, será cero (o muy bajo). En el otro —el polo opuesto— tenemos un mercado radicalmente oligopolizado, sin competencia interna y con barreras proteccionistas en la entrada. De nuevo, el nivel de innovación será cero. Un entrante potencial no conseguirá destruir ni el mínimo necesario para ganar un pedazo de mercado. El juego estará, pues, en las situaciones intermedias, y aquí contará la estructura de la producción. Si los niveles de competencia o de no competencia no son extremos, será posible que entre un innovador que se creará un espacio eliminando —destruyendo— a las empresas instaladas menos eficientes (más alejadas de la "frontera tecnológica"), pero que al mismo tiempo provocará un efecto multiplicador sobre la innovación, ya que las empresas instaladas más eficientes resistirán también innovando. Al final, pues, será la distribución de las empresas en términos de proximidad a la frontera tecnológica la que determinará el nivel de innovación y de destrucción. En consecuencia, es concebible que una política industrial bien pensada pueda actuar sobre el grado de competencia (¿política de patentes?) y sobre la estructura productiva (¿políticas de incentivos fiscales?) para alcanzar los niveles de innovación más deseables. Esto es lo que Aghion, que se considera socialdemócrata, propugna.

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