Ésta es la noche

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Los frailes franciscanos observan la tumba de Jesús en la Iglesia del Santo Sepulcro en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Hoy es Sábado Santo, un día tranquilo, en el que no pasa nada. Un día para reflexionar, un día para meditar. Y, si hace bueno, como así suele ser, para pasear por el campo o por el bosque, para mirar las flores de poca categoría que estos días florecen en los márgenes, para cosechar los maravillosos espárragos silvestres, turgentes, amargos, perfumados y deliciosos para hacer una tortilla crueta, mezclando un par de ajos tiernos y un chivo puñado de perejil capolat, como dicen en Mallorca, es decir, trinchado. El sábado Santo es para hacer esto y para leer los textos sagrados, los evangelios que narran la muerte de Jesús en la cruz y todo lo que pasó después, todo aquello de José de Arimatea, que tenía un sepulcro nuevo, cortado en la roca, y le cedió para poner el cuerpo de Jesús, que no debió de hacer más gozo que el de cualquier palestino de esos masacrados que vemos por la televisión. Pero si la noche extendía su manto de terciopelo negro, José de Arimatea venía trayendo una sábana blanca para envolver el cuerpo masacrado. La imagen, tan poderosa, es un invento de un verdadero poeta, Charles Péguy, una imagen escrita con el corazón.

Pero Sábado Santo es también un buen día para escuchar la Pasión según san Mateo, de Johann Sebastian Bach, una de las maravillas de la humanidad. O si les gusta más, a mí no –¡de qué pan hago mordisqueos!–, la basada en el Evangelio de Juan. Y después, en la calma silenciosa de la tarde, asistir a la celebración de la Vela Pascual, con su ritual del fuego nuevo, del agua lustral, del cirio pascual. Y, sobre todo, con el canto más extraño, profundo, gozoso, de toda la liturgia cristiana. El célebre prefacio que canta el diácono y su introducción que invita a todo el mundo a la alegría. Desde los ángeles –angelica turba caelorum– hasta la misma celebración litúrgica –divina mistería–. Después, el texto habla de la cera y de las abejas y se envuelve en una arriesgada afirmación, aquella que dice que el pecado de Adán fue un pecado feliz –o felix culpa– porque nos dio un redentor como Jesús. Y después empieza a poetizar sobre la noche, dice: “Esta es la noche en que nuestros padres, salidos de Egipto, hiciste pisar el mar Rojo por un lugar seco; ésta es la noche que la tiniebla de los pecadores iluminaste con el perdón; ésta es la noche que, por todo el mundo, a los que creen en Cristo, separados de los vicios terrenales y de las nieblas de los pecados, llevaste a la gracia, asociaste a la santidad; ésta es la noche que, destruidos los vínculos con la muerte, Cristo subió victorioso de los infiernos. […] ¡Oh inestimable ternura de la caridad: para liberar al esclavo, entregaste al Hijo! ¡Oh ciertamente necesario pecado de Adán, que por la muerte de Cristo fue borrado! ¡Oh culpa feliz que mereció tener tal tipo de Redentor! ¡Oh noche realmente gozosa, que sólo ella mereció saber el tiempo y la hora que Cristo resucitó de entre los muertos! Ésta es la noche de la que se ha escrito: y la noche iluminará como el día: y noche de mi luz y mis delicias. La santidad de esta noche aleja los crímenes, lava las culpas: devuelve la inocencia a quienes han resbalado ya los tristes lleva la alegría. Aleja los odios, prepara la concordia y dobla a los imperios…”

Esta noche, como ven, es del todo especial, única.

Pero desgraciadamente, también, esta es la noche en que Putin bombardeará Kiiv o la ciudad que sea, que afilará sus misiles y su locura destructora sin ningún respeto por nada, sólo por su yo tejido de egolatría y de mentira. Esa es la noche que Zelenski también enviará sus drones donde esté para intentar defenderse de las bombas del zar de todas las Rusias. Ésta es la noche que los palestinos, conducidos hacia Rafah para tenerlos todos juntos, cuanto más mejor, serán masacrados cómodamente y con menos dispendio de bombas. Esta es la noche en que otro loco, Netanyahu, seguirá exterminando a palestinos dondequiera que los encuentre, con la excusa de una venganza y la confianza en su perdurabilidad. Esta es la noche que en los lugares reales donde ocurrieron los hechos de la pasión, el Huerto de los Olivos, el Santo Sepulcro, las comunidades cristianas que viven, sufrirán la incertidumbre que pesa sobre su vida. Esta es la noche que, en lo alto de pateras frágiles, hombres y mujeres y niños intentarán atravesar el Mediterráneo hacia un futuro que creen mejor y muchos morirán negados en las aguas turísticas de un mar cada día más poluido. Ésta es la noche que Europa seguirá preparándose para la guerra. Esta es la noche en que pensaremos estas cosas y lloraremos lágrimas amargas...

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