Hoy hace ochenta y nueve años del golpe de estado en el que los fascistas y una parte del ejército español se levantaron en armas contra el gobierno democrático y legítimo de la República. Debemos empezar por escribir esto, que durante mucho tiempo se ha considerado una obviedad, porque ha empezado a dejar de serlo. Los relatos se desdibujan, las ideas se tergiversan. El negacionismo es el primer paso del pensamiento ultraderechista, autoritario, iliberal. Primero niegan la existencia de lo que les molesta; a continuación, y aunque según ellos no exista, aparece la pulsión de destruirlo. La memoria de la Guerra Civil es, para la extrema derecha españolista (la de Vox, pero también la de buena parte del PP), un baluarte a conquistar, un estandarte que también necesitan tomar de manos de la izquierda. Los rojos, los zurdos, como lo llaman ahora, adoptando el lenguaje de guerra abierta de Milei y las extremas derechas latinoamericanas. Los rojos, los zurdos, toda esa gente que odian tanto.
En términos históricos, ochenta y nueve años no es que sea ayer: es hoy mismo por la mañana. Hay muchas personas vivas que nacieron en 1936. Los crímenes fascistas de la Guerra Civil y la dictadura franquista no comportan tan sólo una responsabilidad moral que no podemos rehuir como ciudadanos democráticos: es que, además, condicionan la democracia hasta tal punto que es imposible entender la política española actual, y la catalana, sin el referente. Ni sin tener presente la hegemonía de la derecha ultranacionalista en todo el siglo XX español, con dos dictaduras, un breve lapso de seis años de República y después, a partir de la muerte de Franco, una Transición tutelada por los propios poderes del Estado y una democracia construida con la intervención de los herederos directos del franquismo. Las derechas más duras tuvieron otro lapso de apaciguamiento que fue desde 1978, con la promulgación de la Constitución, hasta el 2000, con la mayoría absoluta de Aznar. Fue Aznar, desde la presidencia, quien empezó la recuperación del orgullo de llamarse español, el orgullo de exhibir la bandera rojigualda (con el ratonero fascista implícito) y lo que su propia retórica llama españolismo "sin complejos".
Han sido veinticinco años, largos o cortos según se mire, hasta llegar al día de hoy. La recuperación de la derecha nacionalista desacomplejada en España ha coincidido, en el contexto internacional, con la emergencia de las nuevas extremas derechas, conectadas entre ellas y bastante organizadas a nivel global. El neofranquismo (también se puede llamar así a la derecha nacionalista específicamente española) nada como un pez dentro de estas aguas turbulentas y enmerdadas.
Ahora sus hijos tontos están en Torre Pacheco, arrasando tiendas regentadas por inmigrantes. Detrás suyo, o al lado, están los oportunistas dispuestos a normalizarlos ya acordar con ellos presupuestos, alianzas de gobierno y lo que convenga. Ante todos ellos, la memoria del 36 es un deber y una necesidad.