El odio al amor

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Una de las protagonistas de 'Lightyear'.

Un beso entre dos mujeres de dibujos animados ha vuelto a animar el panorama homófobo mundial para recordarnos que la homosexualidad continúa siendo un problema serio en buena parte del mundo, o en el mundo en general, aunque no se prohíban imágenes. La película Lightyear ha sido censurada en más de una decena de países por el contenido de este beso, que (¡oh!) explicita la relación sentimental que hay entre dos mujeres. Esta escena representa, además, un hito conseguido por los trabajadores de Pixar, que acusaban a la empresa de vetar las relaciones homosexuales en sus películas. Es decir, que la empresa de Disney se vio obligada a ponerla en contra de su voluntad heterosexual normativa. En principio, Lightyear es una película infantil y, como las criaturas son vulnerables, parece que es posible que el beso incite a las niñas y a los niños a hacerse homosexuales. La típica elección de la vida. Pero el miedo no es infundado. Tiene sus argumentos sólidos. Por ejemplo, la mayoría de personas homosexuales han desarrollado esta tendencia como consecuencia de la gran cantidad de películas infantiles que han abordado la temática o que la han enseñado de alguna manera. Recordaréis, también, como después de ver Blancanieves toda una generación de mujeres sintieron la necesidad de vivir con siete enanos que las hacían trabajar todo el día. Aunque de esta influencia se ha hablado menos y quizás no os había llegado. De los efectos curativos y salvadores de los besos heterosexuales mientras una mujer duerme en una especie de coma profundo, en cambio, se han escrito muchos libros. No se han prohibido estas escenas en ninguna parte porque no hay nada más aceptado que un hombre que te da un beso mientras yaces inconsciente. La finalidad no es su placer, sino tu bienestar heterosexual. Está claro que nuestra sexualidad se modifica en función de las películas que vemos, sean animadas o no. Yo misma confieso que, como consecuencia de haber visto muchas veces de pequeña Mon oncle, de Jacques Tati, siempre me he sentido sexualmente atraída por las fuentes en forma de pescado. Y ya os digo que no es fácil encontrar a una pareja en este campo. Son poco receptivas. Pero nunca he podido hacer nada al respecto. La película decidió por mí. 

Nuestra sociedad continúa teniendo un problema con el sexo, sea con quien sea. Y ya cansa. El sexo consentido puede llegar a escandalizar mucho más que cualquiera de los abusos que sufre tanta gente de cualquier tendencia sexual. Esta obsesión, aparte de ser enfermiza, convierte en un infierno la vida de muchas personas que no solo se cuestionan a sí mismas por el hecho de ser como son, sino que no pueden ser sin represalias que pueden llegar a matarlas, literalmente. Los guardianes de la heterosexualidad y de la moralidad no entienden, porque no entienden nada, que la divulgación del amor no solo es beneficiosa para las criaturas, sino también para los adultos, y que mientras ellos ejercen el odio y la violencia como formas de vivir, ha mucha otra gente, confío que la mayoría pero no lo creo, que lo que quiere enseñar a sus hijos son las diversas maneras de amar y de ser. Muchos de estos hijos que hoy verán la película se sentirán menos solos cuando vivan su sexualidad. No como las generaciones anteriores que no tuvieron la suerte de ver en ninguna parte la posibilidad de querer a alguien de su mismo sexo sin que fuera una desgracia o una tragedia. Esto en el supuesto de que se visibilizara de alguna manera. 

La capacidad de odiar va estrechamente ligada a la incapacidad de amar. Y ojalá esto lo pudiera cambiar la escena de una película.

Natza Farré es periodista
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