El odio, según los que lo promueven

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Dolors Montserrat durante su intervención en la Eurocámara para hablar de la amnistía.

La “misión” de europarlamentarios que desfilaron por Cataluña el pasado mes de diciembre, invitados por el PP y Ciutadans, para informar (desinformar, de hecho) sobre la escuela catalana y su modelo lingüístico, es, a pesar de su necedad y futilidad, bastante significativo. Muestra bien cuál es, y seguirá siendo, la actitud del nacionalismo español hacia la diversidad lingüística. Continuará buscando la crispación y la fractura social a expensas de cuestiones sensibles, como la enseñanza pública y el uso de la lengua catalana. El objetivo es tensar a la sociedad hasta que, si es posible, se acaben produciendo episodios de confrontación entre particulares; y si no están, se procede a fabularlos. Así se justifica el recurso a medidas de fuerza (hay quien sigue pensando en un permanente 155) y se alimenta el discurso del odio.

Justamente esto, discurso y comportamientos de odio, es lo que afirman haber visto a los europarlamentarios en cuestión en Catalunya contra las familias que piden enseñanza en castellano. Para ver, han visto también xenofobia, citando las palabras de un juez de probada imparcialidad, José María Barrientos, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC), del que salió la sentencia del 25% de castellano obligatorio en las aulas, que el informe lamenta que no se cumple. También habla de supuestas "intimidaciones contra niños y padres". Los catalanes castellanohablantes, en definitiva, sufren, de acuerdo con este informe, una pesadilla de acoso y acoso. Hemos oído este relato un montón de veces, y sin duda lo volveremos a escuchar muchas veces más.

Sin embargo, la cosa pierde consistencia cuando nos fijamos en la composición y motivaciones de la misión y nos damos cuenta –una vez más, también– de que se trata de una pantomima hecha expresamente para desacreditar la escuela catalana y la inmersión lingüística, con conclusiones que sirven más para el consumo interno del nacionalismo español que para presentarlas en la Eurocámara. Los europarlamentarios que se desplazaron a Cataluña –tiene la relación en el artículo de Gerard Fageda en este diario– se pueden dividir entre la extrema derecha, la derecha extrema y la derecha más extrema todavía. La principal anfitriona era Dolors Montserrat, en colaboración con la mallorquina Rosa Estaràs, dos personajes tan oscuros como acostumbrados a la impostura ideológica y el parasitismo institucional. Otra de las promotoras de la comparsa, Maite Pagazaurtundúa, de Ciutadans, celebra haber llegado al fin a llevar a cabo esta misión, que según ella ha costado “años de trabajo”. Pues con esto está todo dicho. Años de trabajo para volver a hacer lo que hacen siempre: invertir los papeles para intentar presentar a la víctima como agresor, y viceversa. Nos recuerdan que el odio (este sí, xenófobo y supremacista) del nacionalismo español contra la lengua catalana nunca tendrá reposo. Y que las extremas derechas serán uno de los primeros, o tal vez el primero, motivo de preocupación que tendremos los ciudadanos de la Unión Europea después de las elecciones del próximo mes de junio.

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