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DESMEMORIA. La memoria no habla solo del pasado. Los relatos oficiales sobre el mundo de ayer explican, sobre todo, los males de hoy. Y aquí estamos: cuarenta años después de ese 23-F; de ese principio de involución de un proceso de descentralización tierno y con pocos creyentes. Cuarenta años después, antiguos protagonistas de golpes armados son homenajeados en medio de silencios que construyen relatos oficiales de superación de un pasado que no ha acabado de pasar nunca. Complicidades de punto final que siguen vigentes. Hoy todavía se intenta judicializar la recuperación de la memoria histórica en España y la familia Franco presenta demandas por ataques a su derecho al honor mientras cobra indemnizaciones del Estado.

Hay quien prefiere la desmemoria. En Polonia, dos historiadores sobre el Holocausto han sido condenados a pedir disculpas por una investigación que apuntaba a varios colaboradores polacos en el exterminio nazi de los judíos. Desde el 2018 hay una ley vigente que considera blasfemia cualquier intento de relacionar a ciudadanos polacos con los crímenes del nazismo. Hace solo unos días, la periodista Katarzyna Markusz fue interrogada por la policía acusada de “calumniar a la nación polaca” -un delito que puede comportar hasta tres años de prisión- por haber escrito que “la participación polaca en el Holocausto es un hecho histórico”.

No es solo en Varsovia. El gobierno húngaro decidió reescribir los libros de historia de los estudiantes de secundaria y Emmanuel Macron se ha metido en una polémica ley contra el “separatismo islamista” para la “reconquista republicana” de barrios y ciudades francesas que se han sentido estigmatizados.

CHISPA. El discurso del orden defiende, sobre todo, un orden muy concreto. Después de seis días de movilización continuada contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, no todo se explica por el nihilismo, ni la delincuencia, ni el interesado retrato de un independentismo frustrado y convertido en movimiento violento. La criminalización de las llamas, si solo sirve para condenar el vandalismo y ningunea, en cambio, el profundo malestar que se extiende por territorios geográficos e intergeneracionales, se convierte en una censura pobre y corta de miras de unos disturbios inadmisibles. Hasél es la excusa. La chispa. Como lo fue el precio del billete del metro en Chile, el encarecimiento del combustible en la Francia de los chalecos amarillos o la corrupción en el Líbano. Es la falta de expectativas.

La rabia no se cuenta solo con contenedores sino también con los votos de Vox entre el electorado joven de barrios con una renta media más baja de las zonas metropolitanas de Barcelona o Tarragona, como radiografiaba el ARA del sábado.

TENSIÓN. El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe que demuestra con datos la conexión directa entre las epidemias históricas graves y la frecuencia de momentos de más tensión social. Dicen los expertos del FMI que “las epidemias pueden revelar o agravar las grietas ya existentes en la sociedad, como la precariedad de las redes de protección social, la falta de confianza en las instituciones o la percepción de indiferencia, incompetencia o corrupción de los gobiernos”. La conclusión es que el covid-19 se ajusta a este patrón histórico, y es precisamente en el periodo inmediatamente posterior a la pandemia cuando el riesgo de tensión social se dispara a largo plazo. Según este análisis, a medida que el 2021 avance, con las vacunaciones y el control de las curvas de contagio, aumentará “el riesgo de disturbios y manifestaciones antigubernamentales”. Se acerca el momento de la convulsión social.

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