¿Por qué la ONU tiene que estar en Estados Unidos?
El pasado 26 de septiembre volvimos a ver su característico mármol verde a raíz de la intervención del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en la Asamblea General de la ONU. ¿Desde dónde hablaba, Netanyahu? Como cualquier otro edificio, la Asamblea General está ubicada en algún sitio concreto, obviamente. El complejo se encuentra a orillas del mar, en Turtle Bay, en Manhattan, y ocupa unas siete hectáreas que incluyen el edificio del Secretariado (la famosa torre de 39 pisos que hemos visto en mil imágenes), el edificio de la Asamblea General, la Biblioteca Dag Hammarskjöld y el edificio de conferencias. A pesar de estar físicamente dentro de Estados Unidos, estas siete hectáreas no están sometidas a la jurisdicción estadounidense: tienen condición legal de extraterritorialidad. Allí se aplica el estatuto propio de la ONU, y los diplomáticos que trabajan ahí gozan de inmunidad. Luego están las sedes de Ginebra, Viena y Nairobi, así como las diversas agencias (por ejemplo, la Unesco en París). En cualquier caso, es evidente que el organismo más importante en términos simbólicos de la ONU es la Asamblea General. Se encuentra en la misma ciudad que vio nacer a uno de sus peores críticos: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
La ONU nació en un contexto político muy específico que tenía poco o nada que ver con el actual. El 24 de octubre de 1945 –fecha oficial de la fundación de esta organización– todo el mundo tenía más o menos claro que el fin de la Segunda Guerra Mundial no equivalía exactamente a una paz idílica, sino a un tenso reequilibrio de fuerzas que se acabaría conociendo como la Guerra Fría. Todo el mundo tenía igualmente claro que la potencia hegemónica indiscutible de ese momento era Estados Unidos. La República Popular China todavía no existía (fue fundada en 1949) y la India todavía era una colonia británica (hasta agosto de 1947), etcétera. La ONU nace marcada por estos hechos, que son cualquier cosa menos anecdótica. Para comprobarlo basta con leer el Preámbulo y, sobre todo, los numerosos capítulos relacionados con cuestiones de seguridad de la Carta de las Naciones Unidas, aprobada el 26 de junio de 1945 en San Francisco. La Carta asume –eso sí, tácitamente– la existencia de una (pre)política de bloques, otorgándole plena legitimidad en puntos tan delicados como el Consejo de Seguridad (artículo 23.1).
La ONU sustituía a la vieja Sociedad de Naciones, fundada en 1919, que en ese momento ya no tenía nada que decir, salvo reconocer su carácter obsolescente –algo innegable– y fracasado –extremo más discutible–. Cabe decir que la ONU no fue exactamente el resultado de una refundación, y menos aún de una mera reforma estructural de la Sociedad de Naciones. Era un organismo nuevo y diferenciado (de hecho, la Sociedad de Naciones no se disolvió oficialmente hasta 1946). Y ahora llega la pregunta que da nombre al artículo, y que quizás para algunos resulta improcedente, o incluso excéntrica: ¿por qué, con o sin estatuto de extraterritorialidad, la Asamblea General la ONU tiene que estar en Estados Unidos? Me adelanto a respuestas que son del todo plausibles: porque cambiarla de sitio en el actual contexto implicaría un terremoto inasumible, porque resultaría muy difícil llegar a un consenso, etc. No negaré que esto es así, pero tampoco puedo dejar de aportar al menos dos argumentos en sentido contrario. En primer lugar, los Estados Unidos que participaron activamente en la derrota del Tercer Reich alemán o del Japón que había esclavizado a medio Asia ya no tiene nada que ver con el país que ha votado de forma masiva a Donald Trump y apuesta por el aislacionismo y el autoritarismo. En segundo lugar, la mayoría (más del 70%, de hecho) de las acciones de la ONU se llevan a cabo en ese espacio indefinido que antes se llamaba Tercer Mundo y que hoy se conoce eufemísticamente como Sur Global. Varias agencias, como Unicef, UNFPA y ONU Mujeres, ya han anunciado su traslado a Nairobi (Kenia) en el 2026.
¿La Asamblea General de la ONU en el corazón del África negra? ¿Por qué no? Mucha atención, por ejemplo, con las potencialidades económicas del llamado Silicon Savannah ubicado allí. Hablamos, en definitiva, de una realidad emergente en todos los sentidos, no de nuestro mundo envejecido y lleno de miedos, como explicaba este diario el domingo. Las ciudades significan cosas. La Ginebra de 1919 partía del relato de la neutralidad suiza, la Nueva York de 1945 encarnaba la nueva hegemonía mundial, etc. Hoy, algunas ciudades del Sur Global bien estructuradas –sea Nairobi u otra equivalente– parecen una apuesta incierta, evidentemente. Aún se pueden contar con los dedos de una mano, pero ya representan el futuro –mejor dicho: un futuro posible.