La ONU y la (in)seguridad colectiva
Los líderes mundiales se reúnen en Nueva York bajo la amenaza de una "catástrofe inminente" en Líbano. Ayer fue el día más sangriento en este país desde el pasado 7 de octubre, cuando Hezbollah atacó a Israel en apoyo de Hamás. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, ha advertido de la posibilidad de que el Líbano se acabe transformando en "otra Gaza". Otro escenario en el que sobrepasar los límites de la guerra y de la legalidad internacional. La sombra de esta nueva escalada bélica en Oriente Próximo marca el arranque de la Asamblea General de la ONU en un momento desolador. Naciones Unidas ha quedado superada no sólo por la persistencia de la violencia, sino también por una nueva realidad global que ha troceado y debilitado el multilateralismo ante el poder de nuevos actores y desafíos globales.
La ONU refleja el mundo del siglo XX. Un mundo que se ha transformado y en el que Naciones Unidas han quedado atrapadas por el inmovilismo de sus estructuras, la velocidad de los cambios y la multiplicidad de los conflictos. Las misiones de paz de la ONU conviven con la crisis de legitimidad que pesa sobre la organización. Y, en este contexto, la guerra en Gaza ha sido, casi, el golpe definitivo que ha puesto de relieve el efecto devastador que provoca la división de las grandes potencias en el seno del Consejo de Seguridad, condenado al bloqueo permanente.
Mientras las caravanas de los líderes mundiales y las sirenas de los coches de policía han tomado Manhattan, la guerra de Gaza se ha convertido también en un arma arrojadiza de la campaña electoral en Estados Unidos, con Donald Trump diciendo que los judíos que no le voten a él “deberían examinarse la cabeza” y Kamala Harris aferrada a una ambigüedad aún más atronadora que la del presidente, Joe Biden, intentando silenciar las protestas propalestinas que se congregan a las puertas de algunos de los mítines de la candidata demócrata.
La sensación de desorden y de vulnerabilidad arrastra también a Estados Unidos en retirada que aprovechan el aterrizaje de los líderes mundiales para intentar construir una agenda diplomática con más intención electoral que sustancia negociadora. La Casa Blanca se siente desafiada tanto en Tel-Aviv como en Kiiv. La administración Biden ha sido reiteradamente menospreciada por Benjamin Netanyahu, mientras que en Ucrania la ofensiva a Kursk, en suelo ruso, supuso la transgresión de una línea roja establecida claramente por Washington.
Sin embargo, también Volodímir Zelenski ha llevado el frente político de la guerra hasta Estados Unidos para presentar su “plan para la victoria” a Biden, Harris y Trump. "La mejor esperanza de Ucrania radica en un acuerdo negociado que proteja su seguridad", asegura el analista británico Anatol Lieven. Pero, hoy por hoy, la guerra sigue marcada por un estancamiento en el frente militar que se desplaza a cámara lenta, kilómetro a kilómetro, agotando las fuerzas ucranianas y acortando tanto las reservas de municiones como la determinación política de Occidente.
Hace tiempo, un colaborador de Zelenski aseguraba en una entrevista que la guerra de Ucrania “no es por el territorio, es por el derecho de Rusia a vivir en el pasado”. Pero la realidad es que el conflicto ucraniano ha arrastrado el orden global a una guerra de trincheras en la que las viejas potencias han resultado ser incapaces de encontrar otra salida que el mantenimiento del frente militar.
¿Quién garantiza hoy la seguridad colectiva? Hace tiempo que Naciones Unidas se esfuerza por intentar cumplir su mandato básico de preservar la paz y la seguridad, porque sus estructuras y mecanismos anclados en el mundo de ayer se han convertido en un freno.
“La corteza de civilización sobre la que caminamos es siempre delgada como una hoja”, escribía hace unos años el historiador Timothy Garton Ash para contar la fragilidad de nuestra vida organizada. La seguridad, la paz, incluso la integridad física, pueden desvanecerse por una chispa de violencia o por la fuerza de la naturaleza.
La Asamblea General de Naciones Unidas adoptó el domingo el "pacto por el futuro", que el secretario general de la ONU, António Guterres, describió como un acuerdo histórico para conseguir un "cambio de paso hacia un multilateralismo" más eficaz, inclusivo y en red". Pero el multilateralismo es un instrumento, no la solución por sí misma. Es el instrumento de la cooperación y la búsqueda del consenso. La ONU es el espacio donde conseguirlo, pero es necesario que las grandes potencias del mundo le reconozcan la legitimidad para construir ese consenso.