Una oportunidad federal

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Salvador Illa en rueda de prensa en el Parlament el pasado mes de junio.

Aunque haya comenzado el tedio de agosto, este curso ha provocado que estos días sean intensos y expectantes. El momento es significativo y el ruido político intenso. Podemos estar ante una salida positiva e inteligente del callejón sin salida de doce años de Procés, o bien enrocarnos en un remolino perpetuo de utopía melancólica. El lógico apoyo de Esquerra a la investidura de Salvador Illa, atendiendo a los resultados electorales y al realismo político, es bombardeado por planteamientos agónicos diversos, que tienen en común la finalidad de hacerlo fracasar antes de analizar los acuerdos y preacuerdos de manera un poco rigurosa. La histeria de Junts y del independentismo digamos que de base religiosa no tiene parangón ni límites. Todo vale para desacreditar los contenidos de un acuerdo que, más bien, deberían celebrar. La ambigüedad con la que se ha expresado Lluís Llach tenía un aire amenazador. Al otro lado y para alimentar a la bestia de la irracionalidad, la derecha española, desde la más rancia hasta la que milita en el Partido Socialista, hablan del triunfo de la insolidaridad y de la liquidación de España. Resulta curioso que solo se destaque la lectura tosca del acuerdo en relación con la recaudación fiscal y la financiación, aspectos que son, como no podría ser de otra manera, los argumentos menos precisos, ya que su aplicabilidad depende de dos leyes estatales que tendrán que modificar las Cortes, y de una ley orgánica. No es poco. Aparte de lo que es factible y que será posible, en los preacuerdos con Esquerra y los Comuns existe una filosofía política de carácter federal que, a pesar de no gustar a los maximalistas, establece una buena vía de futuro para resolver la gobernanza en España.

El planteamiento que destilan los acuerdos es el de ir hacia la corresponsabilidad en materia económica y de financiación, ámbito en el que la transparencia, una metodología de cálculo clara y una dotación equitativa y justa no solo no resultan perjudiciales e insolidarias, sino que refuerzan los vínculos. No dejan lugar a zonas oscuras donde suele fructificar el malentendido o la desinformación interesada. La fórmula acordada con respecto a Catalunya puede ser singular ahora, pero si el cálculo y los mecanismos son justos, pueden aplicarse a todas las comunidades que lo deseen. No se trata de llevarse la caja o negar que el nivel de prestación de servicios deba ser el mismo para todos los ciudadanos. Hay una España política que se alimenta de la quimera de que queremos más que los demás, así como una Catalunya que argumenta que todo consiste en un robo organizado. Los acuerdos finales a nivel estatal sobre financiación, beneficios y cargas serán complejos, porque el tema lo es. Delimitar el IRPF puede ser relativamente sencillo, pero será mucho más complicado con otros impuestos, como también lo es establecer adónde llega el PIB de unos y otros. Tendrá que haber negociación, pacto de estado, mecanismos de corrección y de revisión, método de la prueba y error y, sobre todo, lealtad a los acuerdos políticos y económicos que se puedan establecer. Mirada larga y resolución no solo del conflicto sino del malicioso estado de ánimo de la continua confrontación. Pedro Sánchez lo ha dicho de forma muy comprensible: el acuerdo es bueno para Catalunya y España porque avanza en un sentido federalizante.

Sin embargo, haría falta prudencia en actitudes y lenguaje. Venimos del choque y la confrontación, y todavía hay demasiada gente interesada en persistir en esta dialéctica. El acuerdo federal requiere puentes y gestos de encuentro, y no de desafío, y pide crear condiciones de diálogo sincero y creativo y no argüir continuas afrontas. No es bueno que quienes lo niegan tachen estos avances notorios como un acto de alevosía, como tampoco hacer decir, a unos acuerdos que costará mucho materializar, que son lo que no son. Desde la perspectiva de la derecha española convendría un cierto reacomodo. Blasmar a Catalunya y el catalanismo no da para más como proyecto político. También para ellos, superar el conflicto catalán es una necesidad, y ahora tienen la oportunidad de que esto se encamine. El Partido Popular, para gobernar en el futuro, necesitará de los nacionalismos periféricos. Que el PSOE empiece a encauzar el tema territorial –y pague el coste político– no debería serles indiferente. Los conflictos no pueden eternizarse. Las sociedades progresan si existe un cierto nivel de estabilidad y de cohesión. Ahora Catalunya puede darse una oportunidad, que lo es también para España.

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