Aunque los profesores de Ciencias Políticas generalmente lo pasen por alto, el factor humano resulta en política, como en todas las dimensiones de nuestra existencia, trascendental, clave. Las mismas situaciones, los mismos problemas o conflictos, protagonizados por personas distintas, producen indefectiblemente resultados también distintos, nunca iguales. Si de la Catalunya agitada, imprevisible, ciclotímica, de los últimos años debemos señalar a dos protagonistas, estos son Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Tanto es así que podríamos llegar a escribir la historia reciente de Catalunya a partir de la competencia, desconfianza y rivalidad entre los que han sido los líderes de las dos grandes fuerzas independentistas del país, Junts y ERC.
Hoy, en el momento de escribir estas líneas, ambos son formalmente militantes de base de sus respectivas organizaciones políticas. Sin embargo, la posición de uno y otro presentan pocas semejanzas. Mientras que Puigdemont ejerce una enorme autoridad sobre Junts per Catalunya, Junqueras comanda una facción del partido y se esfuerza por recuperar el poder en ERC en el congreso previsto para el próximo 30 de noviembre, es decir, dentro de una eternidad.
Junqueras tuvo que dejar la presidencia de ERC tras los desastrosos resultados, un auténtico descalabro, en las cuatro últimas elecciones. Los comicios del pasado 12 de mayo en el Parlament de Catalunya, cuando los republicanos perdieron cerca de 175.000 votos, fueron particularmente dolorosos. Pere Aragonès y Marta Rovira señalaron que, después del congreso extraordinario de noviembre, abandonarían sus responsabilidades. Obligado por las circunstancias, Oriol Junqueras también se apartó, pero no para irse, sino para ponerse a trabajar para ganar el congreso.
Mientras Rovira y los suyos, el president Aragonès entre ellos, llegaron a la conclusión de que los resultados evidencian que un ciclo se ha agotado, y que es necesario, en consecuencia, que nuevos equipos conduzcan la nave republicana, Junqueras lo ve de forma totalmente contraria. El exvicepresidente de la Generalitat no considera que su evidente responsabilidad en los malos resultados electorales deba tener como colofón su salida de escena. Al contrario: está convencido de que él no forma parte del problema de ERC, sino que es su solución. Y que, si recupera las riendas del partido, y con las manos libres, podrá conseguir que el partido se recupere, que remonte como si fuera el ave Fénix. Recordemos que el ave Fénix simboliza la transformación, la purificación y la esperanza. Junqueras, que está inhabilitado para cualquier cargo público hasta el 2031, ha visto hace unos días cómo el Supremo se negaba, con argumentos delirantes, a aplicar la amnistía a los condenados por malversación, como es su caso.
Junqueras tomó las riendas de ERC de las manos de Joan Puigcercós en el 2011 después, justamente, de los pésimos resultados del partido en las elecciones catalanas del año anterior. El de Sant Vicenç dels Horts impulsó al partido hasta sus más altas cotas electorales y de poder desde el restablecimiento de la democracia. Durante mucho tiempo, Esquerra ha sido una organización comandada de arriba a abajo, disciplinada, cohesionada. Hasta que llegaron los malos resultados. Entonces, muchos de los que le reían las gracias a Junqueras, de los que le daban la razón y golpecitos en el hombro, de los que callaban, empezaron a girarse contra el antiguo líder. Ya no lo ven como el profeta que indicaba el camino a seguir, el caballo ganador y la mejor apuesta para satisfacer las necesidades del partido y sus ambiciones particulares. La voluntad de recuperar el poder de Junqueras ha contribuido a agravar la crisis interna. Las manifestaciones externas de la división se acumulan. Desde el manifiesto firmado por cientos de militantes para hacer renunciar definitivamente a Junqueras, hasta las manifestaciones de Sergi Sabrià a raíz del desagradabilísimo asunto de los carteles sobre los Maragall y el Alzheimer.
Junqueras es un hombre talentoso, de verbo fácil, con una memoria colosal y mucha capacidad de trabajo. También un hombre desconfiado, a veces complicado de trato y muy terco. Casi obsesivo. Tiene sus admiradores incondicionales, dispuestos a ir con él hasta donde sea necesario. Igualmente, tiene sus detractores, cada día más numerosos, que le reprochan su caudillismo y la mano de hierro con la que durante años ha conducido el partido. Es difícil que acabe renunciando a sus planes, como buscan los partidarios de Rovira. Por lo tanto, si nada cambia, los que no quieren a Junqueras tendrán que presentar a un candidato alternativo, atractivo y potente, en el congreso de noviembre. Un candidato que pueda derrotar a Junqueras y que, por coherencia, no debería haber estado entre los protagonistas de la última etapa de ERC. No es un reto sencillo.