El país que tenemos, el país que queremos
Este jueves la Obra Cultural Balear nos invitó a la primera de las tertulias del ciclo 'El país que tenim. El país que queremos'. El objetivo era abordar la sostenibilidad económica, social, ecológica, lingüística y cultural de esta tierra que habitamos. Compartimos con Isidor Marí, Antoni Riera y Antoni Llabrés, como conductor del acto, reflexiones en torno al diagnóstico del momento que vivimos desde las diferentes perspectivas, en diálogo y entrelazadas –como no puede ser de otra forma– y también, hacia dónde nos gustaría transitar. Y en esto último, el cómo es dónde está el todo.
La historia del ecologismo en Mallorca es la historia de la implementación progresiva del modelo económico de especialización turística. La industria turística y sus intereses han ido colonizando el territorio, empezando por la costa, acaparando los territorios más sensibles ambiental y paisajísticamente, y entrando en la ruralidad hasta que lo hemos tenido literalmente en nuestro país. La implementación de este modelo ha ido acompañado del incremento sostenido del número de pasajeros, de las plazas turísticas, de las inversiones públicas en infraestructuras necesarias para no implicar límites a la expansión y crecimiento del negocio turístico y al inmobiliario financiero, con los que se realimenta y amplían así, mutuamente, horizontes de mercantilización. Así se han sucedido desde las inversiones del Banco Mundial en la primera autopista de acceso al aeropuerto, inversiones en ampliaciones de puertos y aeropuerto, carreteras y autopistas, desaladoras, conexiones de cable eléctrico con la Península, gasoducto, centrales de producción eléctrica, etc. El ecologismo de todo ello ha tenido que hacer históricamente campañas, defendiendo espacios, cuestionando los porqués de la necesidad de estos crecimientos que no querían atender a los límites, que en un contexto insular son evidentes, denunciando la sobreexplotación de unos recursos finitos, un metabolismo inasumible por las ingentes cantidades de materiales y energía que debe importar porque no los tiene y la problemática de los residuos que genera y que no es capaz de reintegrar al ciclo regenerativo en forma de contaminación, vertidos, degradación de la biodiversidad, residuos tóxicos.
Todo esto, además, también ha implicado un crecimiento de población muy significativo para un territorio tan pequeño que ha desbordado su capacidad de asimilación de una diversidad social cada vez más amplia y también polarizada, demasiado a menudo invisibilizada y que está atravesada por fuertes injusticias y discriminaciones por razones distintas, pero entre algunas, procedencia, nivel adquisitivo y evidentemente también, por razones de género.
Desposesión, desvinculación, pérdida de autonomía y soberanías sobre la gestión de los esenciales, de los bienes comunes (energía, agua, territorio, cultura, vivienda, alimentación, tiempo, trabajo...) son conceptos que surgieron en el debate de ayer, algunos de forma más evidente y explícita, otros de forma más sutil y velada. Pero todos con la necesidad de ser revertidos si queremos tener alguna oportunidad de garantizar la sostenibilidad de la vida digna en el contexto local que viene y vendrá a la vez, fuertemente marcado por un contexto global cargado de retos e incertidumbres, tanto los vinculados al caos climático que hemos generado, en los conflictos geopolíticos, como en el contexto de escasez (material y energética) que marcará las próximas décadas, la gran crisis de la democracia que se vive en todas partes, en definitiva marcado por el conjunto de lo que desde el mundo académico, Ivan Murray ha denominado emergencias crónicas.
Así pues, ¿por dónde hay que empezar? Cómo transitar para transformar la realidad que ya casi nadie se atreve a querer asumir como “normal” o inevitable, al contrario, la realidad que cada vez más gente, más ampliamente y desde miradas más diversas, coincide en que necesita un cambio de rumbo. Empecemos primeramente por poner límites a las lógicas globales que se reproducen a escala local, y que perpetúan, consolidan y profundizan en las desigualdades, los desequilibrios ecológicos, las injusticias sociales y la cooptación de las posibilidades de emancipación de una realidad que nos quieren hacer creer inmutable. Políticas específicas públicas y sociales en relación con la emergencia habitacional, el refuerzo y blindaje de los servicios públicos y de los servicios sociales, la preservación y regeneración de los recursos –especialmente tierra fértil y agua– como garantía de restablecimiento de los ciclos ecosistémicos que posibilitan y alimentan la vida, la disminución de las capacidades de alojamiento y llegada de pasajeros, el redimensionamiento en términos metabólicos de nuestra actividad económica, que debe ser plural, diversa, transformadora y verdaderamente resiliente. Basta de políticas neoliberales que siguen enfocando sus objetivos en la reproducción y acumulación de capital, en la canalización e inversión de dinero público para la transformación y enriquecimientos de las industrias y negocios que acaparan recursos y explotan el trabajo, en la consolidación de bienes especulativos premiando a infractores y apostando por políticas regresivas en materia ambiental en tiempos de colapso ecológico. Sólo partiendo de estos enfoques ya haríamos palanca hacia los nuevos horizontes que necesitamos para algo tan sencillo y trascendental como sobrevivirnos. Esto, y una sociedad con capacidad para movilizarse colectivamente para escucharse, recuperando autonomía, dignidad y posibles.