La exposición 'Fabular paisajes', presentada en el marco del proyecto Museu Habitat, en el Palau Victoria Eugenia de Barcelona.
19/09/2025
4 min

Algo deja claro Fabular paisajes: Barcelona necesita ahora un centro de arte vivo. Es una reclamación sostenida de artistas, curadores, profesionales de la cultura y sus públicos desde hace tres décadas: un espacio estable, público y ágil para crear y exhibir el presente. No hablamos de un icono más del escaparate turístico, sino de una infraestructura que sitúe la producción y el acceso a la producción artística en el centro. En todo este tiempo, a pesar de la alerta temprana de la Asociación de Artistas Visuales de Cataluña (AAVC), la ciudad ha encadenado intentos truncados: la breve etapa del Santa Mònica como centro de programación al estilo Kunsthalle, el intento en el Canódromo, bienales y ferias que se desvanecen. El balance es nítido: precariedad estructural, programas discontinuos y temporadas brillantes seguidas de largos silencios.

La etiqueta importa poco. Se diga o no Kunsthalle, la ciudad necesita un centro de programación intensiva sin colección permanente, con gestión ligera y cooperativa, capaz de vertebrar el ecosistema entre artistas, las fábricas de creación (Hangar, Fabra y Coats, La Escocesa…), los espacios alternativos y los públicos. Un lugar en el que la producción sea visible, donde la exhibición suceda como diálogo y donde la mediación y la educación formen parte integral del proceso, no un añadido. En definitiva, un puente real entre creación, investigación, ensayo y presentación pública.

La urgencia no es estética, es económica y estructural. Cuando existen instituciones que apenas pueden destinar el 10% del presupuesto a exposiciones y actividades, aflora el desequilibrio entre continente y contenido. Si aspiramos a resultados distintos, es vital reordenar prioridades: menos gasto fijo en infraestructura; más recursos para residencias, producciones, honorarios dignos, mediación y asistencia técnica. Menos escaparate, más sentido. Un centro con estas características puede operar con presupuestos sostenibles y multiplicar el impacto cultural y social por euro invertido, mejorando además las condiciones laborales de quienes sostienen la vida artística de la ciudad.

En este contexto, el Palau Victoria Eugenia aparece como evidencia material y oportunidad histórica. Participo, junto con otros colegas, en Fabular paisajes, episodio en curso de Museu Habitat, y puedo afirmar que la activación del espacio demuestra, en la práctica, que con una inversión sostenible puede operar como el centro de creación contemporánea que Barcelona necesita. Que esta renovación institucional se articule precisamente en un edificio nacido para una exposición colonial-industrial subraya la potencia simbólica: el Palau, habitado de forma crítica, creativa y colectiva, revela su función en la ciudad.

La exposición, como no podía ser de otra manera, ha sido muy debatida. Ya se trataba de esto, de generar debate y de que se discuta el sentido de nuestras instituciones artísticas. Pero, más allá del inmovilismo cómodo de quienes creen que todo está bien, que Catalunya tiene grandes instituciones que solo necesitan más recursos, y ya está, me sorprende que alguien haya sostenido que el Palau es, y cito, "un edificio muy feo". El Palau –inicialmente llamado del Arte Moderno– reúne condiciones singulares: una nave monumental y versátil (alrededor de 14.000 m² útiles), gran altura, luz cenital y configuración espacial flexible que admite instalaciones, performance, audiovisual, archivo vivo y trabajo en proceso. Lo esencial es que ya existe y se puede activar con rapidez, sin grandes obras ni sobrecostes y de forma sostenible, para convertirse en un centro de arte vivo de escala metropolitana.

Para que funcione, la forma importa tanto como el contenido. Propongo una gobernanza tripartita e inclusiva –administraciones, comunidad artística y sociedad civil– con presencia real de colectivos históricamente excluidos (migrantes, racializados, LGTBIQ+, personas con diversidad funcional). Una dirección curatorial elegida por concurso internacional y obligada a rendir cuentas; líneas programáticas definidas con participación efectiva de contexto; y un edificio entendido como espacio-proceso: producción visible, exhibición dialógica, mediación constante. En accesibilidad: mediación multilingüe, alfabetización visual en barrios y franjas de gratuidad. En evaluación: indicadores que midan diversidad de públicos, proyectos producidos, satisfacción de artistas y público, retorno social, no sólo contaje de visitantes.

Esta propuesta no compite con el MNAC ni le resta funciones: lo complementa. Las grandes capitales culturales se fortalecen con la tensión entre memoria patrimonial y producción crítica. En Barcelona, ​​Montjuïc puede consolidarse como distrito cultural donde el museo de colección conviva con un centro de arte vivo. Esta coexistencia no necesita apoyarse en la explotación turística: promueve relatos complejos, públicos diversos y economías de proximidad. El diálogo que hoy abre Fabular paisajes muestra cómo releer el pasado activa nuevas formas de producir futuro.

También es el momento –precisamente ahora, con polémicas y debate abierto– que los artistas alcemos la voz y fijemos posición en la conversación pública. Para defender reivindicaciones históricas: presupuestos orientados a actividad y honorarios dignos; espacios de producción y presentación en condiciones; y una gobernanza participativa y transparente. La discusión sobre modelos culturales no es ruido: es una cuestión de derechos culturales y proyecto de ciudad.

La comunidad artística de Barcelona lleva años reclamando espacio. Hoy existe un edificio idóneo, un contexto propicio y una voluntad acumulada. Necesitamos una decisión política que salde esa deuda con los artistas y con la ciudadanía. El Palau está listo. Menos icono, más proceso; menos espectáculo, mayor tejido.

stats