El origen de la unión política de Europa es complejo y responde a muchos factores, entre ellos la propia dinámica de bloques, pero la voluntad política de no repetir la guerra y el fascismo fue quizá el que más operó entre las opiniones públicas de los socios fundadores.
Pocas décadas atrás, a las puertas de la I Guerra Mundial, las tensiones interimperialistas alimentaron la carrera armamentística y, frente a una minoría de izquierdas, las opiniones públicas europeas se alinearon sin demasiados problemas con el nacionalismo de sus gobiernos y la lógica de guerra. En 1914 los socialdemócratas alemanes renunciaron a uno de los principios del socialismo, la lucha internacionalista por la paz, y votaron los créditos de guerra en su parlamento. La historia posterior es conocida; un baño de sangre, la revolución rusa, Versalles, el auge de los fascismos y una nueva guerra mundial precedida de la guerra de España.
Hoy el futuro de Europa se ve condicionado por la guerra ruso-ucraniana, por el conflicto palestino-israelí que no deja de escalar y por el avance electoral de las ultraderechas que sincronizan sus rejones con sus pares americanos (Milei gobierna en Argentina mientras EE. UU. espera el retorno de Donald Trump). Hoy en Italia gobierna Meloni, heredera del partido del fascista Giorgio Almirante, aliada con el partido de la familia Berlusconi y con Salvini. En Francia, Le Pen se está consolidando como favorita para suceder a Macron y en Alemania AfD aparece como primera fuerza en intención de votos en algunas encuestas. En España, el PP ya gobierna con la ultraderecha en varias comunidades autónomas y prácticamente todas las encuestas auguran que, de haber elecciones generales, esa misma fórmula sería la que adoptaría el gobierno español.
El auge de las ultraderechas europeas se produce además en un contexto de guerra ruso-ucraniana cuyo desarrollo está lejos de ser el esperado por las cancillerías europeas. “Fuck the European Union” le dijo en 2014 a su embajador en Ucrania Victoria Nuland, en una conversación telefónica detectada por los servicios de inteligencia rusos y difundida ampliamente en las redes sociales. Con el Euromaidán y con los acuerdos de Minsk, la UE preparó el terreno para una guerra por delegación contra Rusia, asumiendo la receta de Nuland de llevarse la peor parte. Borrell reconocía hace poco desde Le Grand Continent que, con Trump o sin Trump, Estados Unidos dejará a Europa la ingrata tarea de financiar la OTAN y el esfuerzo de guerra contra Rusia. Cuando cabía esperar que los líderes europeos alentaran un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania asumiendo la realidad de dos años de guerra, varios líderes europeos con Macron a la cabeza dicen que no se puede descartar una guerra aún más abierta con Rusia. Lo que dice Macron con amplios apoyos mediáticos es básicamente que vayamos asumiendo una guerra con una potencia nuclear en suelo europeo; lo nunca visto desde hace tres cuartos de siglo. La misma Unión que reivindica el derecho de los ucranianos a defenderse y su derecho a amarles e incluso a intervenir directamente contra Rusia, es la que legitima el genocidio israelí contra los palestinos, manteniendo intactas sus relaciones comerciales y políticas con Israel. En ese contexto llegan unas elecciones europeas enmarcadas también en la posible reelección de Ursula von der Leyen para seguir al frente del ejecutivo europeo. La dirigente alemana representa hoy el apoyo europeo sin fisuras a Netanyahu y la asunción sin complejos de una guerra con Rusia.
¿Y la izquierda? Los sectores socialdemócratas europeos llevan décadas alineados con la lógica atlantista y, en el mejor de los casos, con una política de apaciguamiento con Israel. Además, cuentan con el apoyo de la familia política verde, liderada por los alemanes, que defienden sin complejos a la OTAN y a Israel.
Precisamente por eso y al calor de las movilizaciones europeas a favor de Palestina, las elecciones europeas de junio son una oportunidad para que la izquierda antimilitarista europea despliegue una campaña de movilizaciones en el viejo continente para defender la paz y también una Europa con autonomía respecto a los EE. UU. que contribuya a la pacificación de Ucrania, que asuma una relación con Rusia que evite la guerra y que presione de verdad a Israel para detener el genocidio.