Pantallas en el aula (o fuera)

La historia de la omnipresencia de las pantallas en el aula tiene un origen más o menos directo en la recomendación número 1836 del Consejo de Europa hecha pública en 2008. Según los redactores del documento, aunque las herramientas dee-learning (la expresión ya ha pasado abajo) habían tenido un impacto considerable en la educación y la formación, su potencial en Europa todavía no se había aprovechado al máximo. Ele-learning englobaba medios electrónicos para la enseñanza y el aprendizaje, tanto presencial como a distancia. Planteaba nuevas exigencias en las instituciones educativas, en los docentes y en los estudiantes. Las instituciones necesitaban infraestructura técnica y software. Los profesores debían recibir formación obligatoria específica, mientras que los estudiantes debían tener acceso a los dispositivos y materiales, y ser formados en su uso desde jóvenes. Se creía entonces que se generarían recursos educativos accesibles a todo el mundo, combatiendo así la división social. Se hizo un llamamiento a los Parlamentos para que apoyaran el movimiento "código abierto" y para combatir la supuesta brecha digital. En definitiva, se invitaba a los Estados miembros a mejorar las tecnologías susceptibles de ser aplicadas a la educación por medio de grandes inversiones. Uno de los primeros países en apuntarse con entusiasmo a la recomendación fue Suecia. Sin embargo, también fue el primero en abandonarla en el 2023 al constatar sus preocupantes (y objetivables) resultados. El gobierno sueco, y más concretamente la ministra Lotta Edholm, detuvo todo aquello al conocer múltiples informes en los que se comparaban grupos que funcionaban con pantallas y otros que lo hacían con libros. El rendimiento académico era significativamente menor en el caso de los primeros, sobre todo en capacidad memorística, concentración, atención y comprensión lectora.

Cargando
No hay anuncios

En Cataluña, en la época del consejero Bargalló (2018-2021) se impulsó el Plan de Educación Digital de Cataluña 2020-2023, que ya preveía una inversión importante en equipamiento, aunque la pandemia aceleró su implementación e hizo variar su cronología. El papel más destacado, en todo caso, lo desempeñó el conseller González Cambray entre 2021 y 2023. Durante su mandato, la Generalitat destinó unos 200 millones de euros de los fondos europeos Next Generation a impulsar la digitalización de las aulas, incluyendo la compra de 30.000 pantallas interactivas. El propio Cambray calificó el hecho como "el mayor proceso de aportación de equipamientos a los centros de toda la historia del departamento de Educación". Cabe decir que en ese momento había en el departamento verdaderos entusiastas de hacer entrar los móviles en las aulas. Pienso, por ejemplo, en la secretaria de Transformación Educativa de esa época, Núria Mora. En una entrevista en Catalunya Ràdio emitida a finales de octubre de 2021 afirmaba cosas que hoy pueden causar cierto estupor. El centro del argumento era que el personal se pasa el día manoseando el móvil y la escuela no puede hacer abstracción "de esa realidad". Prefiero no realizar ninguna analogía con otros argumentos similares que han llevado a situaciones no muy positivas. Me limitaré a citar un título del pedagogo Gregorio LuriLa escuela contra el mundo– para mostrar que existen otras formas de plantear las cosas.

Cargando
No hay anuncios

Pero vayamos al problema de fondo, que, por supuesto, no podemos circunscribir abstractamente a una tecnología sino a sus usos concretos. Desde sus mismos inicios, cualquiera podía constatar sin demasiados esfuerzos que ni eran "redes" ni tenían nada que ver con cosas "sociales": eran empresas privadas dedicadas al ocio relacional, y su afán. Hoy son el centro de la llamada "economía de la atención" (es decir, de la distracción). Estas empresas multinacionales del ocio relacional consiguieron algo insólito: que el proveedor y el consumidor fueran una misma persona. ha acabado degenerando tanto entre los jóvenes como entre los no tan jóvenes. Hace unos años se decía que quien no estuviera en Second Life acabaría siendo, tarde o temprano, alguien condenado a la invisibilidad (no citaré, por caridad, al autor de la afirmación). pantallas del aula, pero el daño ya está hecho: la economía de la distracción es ahora el centro de nuestro mundo.