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Para algunas personas con suerte la Navidad tiene un componente religioso que apela a sus más íntimas creencias. Están tocados por la fe cuando celebran una epifanía en la que a otros les cuesta diferenciar entre la espiritualidad y la superstición. Para unos y otros –creyentes, agnósticos o ateos–, la Navidad tiene en común el retorno a los básicos, al código fuente de una sociedad diversa pero con una cultura eminentemente cristiana que construye valores compartidos.

La Navidad es, como mínimo, una oportunidad de detener el reloj, reunirse y abrazarse. Y con la Navidad asoman la cabeza todos los papeles y todas las vidas. Uno de mis personajes preferidos es el de las mujeres –son mayoritariamente, pero no solo mujeres– que reservan un espacio de su cerebro durante días para organizar la comida de Navidad. Las mujeres que van a comprar y hacen encargos a diario de forma meticulosa y las mujeres que llaman a la parada del pollo o la pescadería entre reuniones y se tensan y bajan la voz cuando las rellaman de imprevisto porque no tendrán el tamaño encargado de la merluza.

También hay muchos hombres que compran. Conozco a uno que lo hace con gran previsión y delicadeza para su propia familia, con perdices y cordero incluidos, pero también para la de una amiga separada, profesional autónoma y ajetreada que se hace un lío con la vida práctica. Encarga con tiempo su hueso de jamón-que-no-amargue y otro igual que irá a la sopa de la familia amiga. Maravilloso gastrónomo, prevé los ingredientes que le llevará a casa y le recordará con detalle cómo se hace la sopa, que ella cocinará cuando consiga cerrar el ordenador y aclarar a quién le tocan los niños o si su ex se sumará al último momento con la nueva pareja o sin ella.

Desde el confinamiento se han diluido las formalidades. Algunas familias han decidido que la Navidad no es solo el 25 sino el día en que ellos deciden aprovechar la ocasión de encontrarse, relajando los ultimátums. Hay quien come el 24 y hay quien cena el 26 sin miedo a que se le caiga sobre la cabeza la tradición como si fuera un rayo. Incluso están los amigos generosos que convocan a la tropa con un pavo para Acción de Gracias y convierten la reunión en un evento muy parecido a la Navidad de la familia elegida. La que no comparte la sangre pero sí el sentido de la amistad y los ataques de risa.

La celebración de la Navidad se va transformando a medida que somos atravesados por el tiempo. Nos damos cuenta de que hay tantos días de Navidad como etapas vitales y que el vacío ocupa cada vez más espacio. Es el vacío de las madres que preparaban aquella maravillosa mesa blanca con el mantel del ajuar con bellotas bordadas. Es el vacío de los hermanos que han llevado la memoria de nuestra identidad. Es el vacío de las abuelas, los abuelos. También de las madres y los padres que dejarán a sus hijos en casa de la expareja y por un segundo de autoengaño quizás añorarán lo que se convirtió en insoportable.

Pero la Navidad también es la de los amores nuevos y la de las familias que han visto andar este año a su primer hijo, al que acompañan mientras abre los ojos a todas las maravillas. En la magia del conocimiento, en la risa que se contagia, en experimentar qué quiere decir aquello del amor incondicional.

También será Navidad para quienes visiten a los cuñados que en su plácido aburrimiento se inventen problemas, e incluso para las familias donde habrá algún portazo airado. Y será Navidad para las parejas de amantes separados y para quien esté solo. También será Navidad para la familia numerosa, hecha de la suma alegre y generosa de familias previas, donde la hija mayor anunciará un embarazo y el padre se dará cuenta de que el tiempo no pasa en vano. La alegría inmensa se le mezclará con la insolencia del paso del tiempo y el recordatorio de que tampoco nosotros somos inmortales.

También será Navidad para la familia de la chica anoréxica que ruega para que nadie le pregunte cómo está, para quien está esperando unos resultados clínicos, para el chico que no encuentra el camino y lava platos en un restaurante. Será Navidad en las plantas de los hospitales, también en oncología infantil, en urgencias, en los autobuses.

También será Navidad para los yonquis del callejón del Raval y los sintecho que habitan los bancos y arcadas de nuestras ciudades.

Será Navidad para el chico de Glovo y en la pastelería donde se acumularán los encargos. Será Navidad en el Instagram de los sobreregalados sin pudor y en el de los que nunca les llegará lo que sueñan y creen que es importante.

Hay muchos tipos de días de Navidad, y cuanto más avanzamos en la aventura vital humean más restos de las batallas vividas. La elección, como siempre, está entre empantanarse o seguir caminando renovando la alegría de vivir.

A todos, a los que tienen el paraíso intacto, a los que lo han perdido y a los que lo renuevan con tesón: gracias un día más por leernos y feliz Navidad.

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