Todas las 'pashminas' del mundo

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La reina Letizia, escuchando el discurso de Felipe VI en la apertura de la XV Legislatura de las Cortes Generales.

Diría que éste es mi tema, lo que no me deja, Leticia, mi ficción, la ficción que quiero hacer, las letras que me ocupan son siempre eso, lo tuyo. La pareja, la traición, dormir a medio cerebro, sólo, si hay un amante, escondárselo, pero también tener ganas de que se dé cuenta, querer explicar la buena nueva –te has enamorado de un otro– porque quien mejor te podría comprender es él, tu hermano-marido.

Como en el caso de Diana, la tuya, la que parece la tuya, es una infidelidad de clase alta. Con escoltas, hoteles, secretarios y la familia del marido lo suficientemente poderosa para arrebatarte a tus hijos. Esta ficción, la de los viajes secretos, la de la agenda propia, no me atrae tanto. Me gusta la de Emma, ​​que dormía en la cama con el marido, el amante le echaba piedras a la ventana, para que se despertara, ella se despertaba y se vestía y el marido, allá al lado, nunca se despertaba. ¿O quizás sí?

No me interesa, Letizia, porque hay una parte que ni escribiendo mil páginas podría saber comprender. Te has perdido un privilegio bestial, tú y todas las demás: tener hijos sin destino. Los nuestros están cerca, siempre han estado, no irán a hacer el soldado, ni a un internado, ni recibirán fotos y titulares. Podrán sentirse feos o torpes o guapos y simpáticos sin ningún juez. Podrán poner cara de asco ante nosotros.

La figura del amante, sin embargo, es siempre la misma. Aquel que te distinguía y te amaba hoy te traiciona, quiere que te odie el marido y, sobre todo, quiere que te odie la hermana y, por tanto, vuestra madre. Se ha guardado la foto, esa foto que era clandestina, divertida, y no ha podido evitar enseñarla. Con él has criticado muy duramente al marido, que, una vez pasado el sacudido loco de la droga del palacio, ha resultado un chapuza, como resultan vallas todos aquellos a los que sólo conocemos sin hablar. delante de todos los que amas. Y ahora es él, el desleal, el que te hace sentir un gusano no por la infidelidad, sino por la mentira. Tampoco era un cerebro privilegiado, tal vez. Y pienso y pienso: sentada en tu trono ¿con quien podrías, sin miedo, hablar de esto? ¿A quién puedes enviar un whatsapp, aquel whatsapp¿a esa amiga, ese amigo, que te escuchará y te dará la razón, que lo quiere todo, para ti, que no te traicionará nunca?

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