Pedagogía San Juan

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Una hoguera de San Juan

Si San Juan fuera un coche sería un descapotable. La verbena es el momento que sacamos la capota al año. Para ver a las estrellas, para verlo todo. Creo que es el día en que los niños empiezan a hacerse mayores. Es la hora oficial, virginal, para acostarse tarde. Es un acto de graduación y la noche es la toga. Y las luces de los petardos el futuro a lo lejos.

Visto de cerca cada vez hay menos cosas de la verbena de San Juan en la verbena de San Juan: menos hogueras, menos petardos, menos niños. Aquí el Trankimazin de los perros también está ganando la partida a los niños. Estamos pasando de educar a niños a educar a perros, porque hemos descubierto que ellos serán los que pagarán las pensiones y nos harán la cama y nos limpiarán el culo. Pero, como siempre, proteger a los quisos, los marsupiales, o un tubo de pegamento postindustrial por encima de los niños ya nos dice que algo no charla.

Mira la madera que ya no está. San Juan era días antes de apilar tablones, palets, leña, para la hoguera. Esto lo hacían los niños. Era su trabajo, su encargo, su obligación moral y física. Ahora ni lo hacen ni podrían hacerlo. Cualquier Comité Pro No Cansem la Quitxalla lo detendría con leyes y manos y rabia de ésta de bestia herida, ciega, coja, que te mataría en nombre de pedagogías de gallinaza. No hay nada que hacer. No quieren niños: quieren vegetales haciendo la fotosíntesis 24 horas con un dedo fijo permanente jugando a las tragaperras del no hacer nada y págame por todo. Ni cera, ni quema.

No hay madera. También hay menos petardos. Eh, que es el día de los petardos: ya está. Como podría ser el día de la sandía daltónica que canta melodías italianas de posguerra con voz enrollada. Ya está. Los petardos molestan: como la vida. Todo me molesta. Todo. ¿Hay algo que no nos joda la coz? Todo. Por eso esta lucha pseudoantisistema de atacar el sistema con armas de imbecilidad masiva: petardos de baja intensidad. Petardos mudos. Petardos silenciosos. Petardos afónicos. Hogueras de fuego que no arde. Hogueras de llama respetuosa con todo mineral y todo animal. Y todo. ¿No me diréis que no hay suficiente madera humana para joder en la hoguera? Pero quizás no quemaría.

Y así se pretende educar: un petardo es peligroso, pero un móvil, no. Por tanto, los colores y sonidos de la pólvora quedan sustituidos por los colores y sonidos de las pantallas todo el día estallando. Muchos han encerrado, como un toro hambriento, a sus hijos dentro de un correfoc digital donde se quemarán más que tirando bombillas, cebollitas, truenos, o disparando lanzallamas o AK-47. Pero, ei, adelante, todo sea para acabar llevando a la hoguera asadora a los niños.

Los pequeños ya no aprenden la gran lección de San Juan: todo es efímero. Un petardo, pim y ya está. Todo ocurre. La orquesta, que toca la última. Y sobre todo: la noche más corta pero la noche más larga. Todo termina. La vida es esto, pero, sobre todo, no se lo digamos. No sea caso. Que tuvieran que ir a la Unidad de Quemados por el Trauma. Ninguna libertad, todo campo de concentración. Cuando todo es balcón, piso, casa, cemento, garjola. Cuando todo es temor, miedo, irrealidad. Cuando los niños ya no están en la calle, ya no hay libertad. La vida deja de ser vida. Y después, después, todo el mundo extrañado por todo. Por la explosión final. Cuando ya no hay nada ni nadie: las bestias mandan.

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