Un nota que se hace mayor cuando deja de seguir la frase "es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras" y decide ser rey de sus palabras, y si a alguien no le gusta, qué le vamos a hacer, que se ponga hojas.
Es el caso de Pep Guardiola. Esta semana, Guardiola se ha acabado de hacer mayor. Y no porque el próximo mes cumpla 55, sino por el recital que ofreció ante los medios españoles en la sala de prensa del Madrid. No esperó ni que se jugara el partido, y en la víspera ya les recordó lo que le decían de mear colonia.
Sólo contando todos los títulos que ha ganado (39 en diecisiete años, en España, Alemania e Inglaterra), ya merecía un respeto. No sólo no tiene nada que perder, sino que lo ha ganado todo. Además resulta que el juego que han practicado sus equipos ha marcado toda una época en el fútbol mundial.
Pero, contra toda evidencia, en la prensa española hay quien no puede ni verlo. Les entiendo: les recuerda sus peores derrotas. Guardiola es ganador, es culé y es catalán. Independentista, concretamente, y eso no encaja en la visión provinciana, pero que toda la vida nos han presentado como una cosmovisión, consistente en adorar al Madrid y España como únicas religiones verdaderas.
Aunque mucho menos, Pep también ha sido criticado en Catalunya. La envidia es mala. Adaptando una frase de la histórica articulista de The New Yorker Lillian Ross en el libro Aquí, pero no del todo (Saldonar), "si alguien se pusiera a hacer una lista de periodistas que han dedicado su tiempo y atención a atacar a otros, sería fácil que saliera una lista de periodistas ahogados por los problemas consigo mismos".