Hace unos días, Najat El Hachmi escribía un artículo en el ARA en el que reivindicaba la relevancia de las escritoras pioneras y ponía de ejemplo el caso de Carme Riera, que recientemente ha sacado una novela nueva. El artículo me pareció honesto y lleno de aciertos: más allá de las preferencias literarias de cada uno, es importante reconocer el papel de las predecesoras en aquellos ámbitos que tradicionalmente han arrastrado estereotipos, prejuicios y discriminaciones de carácter machista. Es evidente que Carme Riera es un buen ejemplo de autora que rompió techos y que se hizo un hueco en un gremio extremadamente masculinizado, en el que la presencia femenina era, como mínimo, residual.
Hachmi denunciaba la falta de agradecimiento o reconocimiento que a menudo demuestran las autoras más jóvenes, las llamadas "nuevas voces", hacia las autoras que las precedieron. Sin embargo, discrepo ligeramente con la autora cuando afirma que "es lamentable que tantas voces jóvenes y nuevas hablen como si nadie hubiera escrito antes que ellas". Por mucho que pueda imaginarme a qué debe referirse, la sentencia me parece algo generalizadora e incluso injusta, dado que, desde mi punto de vista, es muy habitual que las autoras jóvenes reivindiquen sus referentes. Lo que ocurre es que, demasiado a menudo –y creo que aquí residirá parte de la crítica de El Hachmi–, se tiende a citar referentes muy anteriores a la propia generación –Rodoreda o Víctor Català son lugares comunes, si hablamos de referentes femeninos catalanes–, mientras que es menos habitual mencionar a una Carme Riera.
Quizás la cuestión no recae tanto en ese "meliquismo" o "adamismo" que lamenta la autora del artículo, sino que, al igual que tendemos a idealizar la generación de los padrinos en detrimento de la de nuestros padres, existe cierta tendencia a hurgar más atrás a la hora de buscar referentes. No sé cuál será la razón, pero diría que también es más habitual que un autor cite a un Baltasar Porcel como referente antes que un Jaume Cabré: quizá lo que ocurra es que es más sencillo reivindicar a los autores que ya no están en activo, cuando eres una "nueva voz", al igual que, cuando eres adolescente y te estás construyendo como persona, tiendes a citar referentes que no son tu madre.
Y también puede existir el temor de que, en un sistema literario tan acostumbrado a buscar la etiqueta rápida, el citar como influencia directa a una autora viva, todavía vigente, implique cargar con una expectativa de convertirse en su relieve, la copia o la secuela en un momento en que –con la dosis inevitable de narcisismo que es inherente al hecho de escribir y publicar– esta "nueva voz" desea jugar a creerse que es nueva: no por maldad o por falta de agradecimiento hacia las predecesoras, sino porque, cuando ya es dificilísimo ser inédito o pionero en mucha nada, el anhelo de ser algo "nuevos" u "originales" es el único antídoto contra la certeza de que todo lo que podamos hacer será una transformación, modificación, revisión o recreación más o menos buena, aguada, brillante, obvia o sutil de lo que otros hicieron antes y quizás mejor.