12/11/2025
Periodista
2 min

La dirección del Teatro Maldà es calle del Pi número 5, escalera derecha, principal 3ª, en Ciutat Vella de Barcelona, ​​lo que confiere a la cita un aire clandestino. Bien mirado, la expresión presencial de la cultura es cada vez más un acto contra el sistema de alienación digital que guía (y dispersa) la atención de las masas. Que un grupo de 54 personas suben por una escalera de escalones gastados de una casa antigua la noche de un día laborable para ver una obra de teatro en una sala de Ciutat Vella, Barcelona, ​​es una forma de autodeterminación. La misma que están haciendo todos los grupos teatrales, de danza, corales, de intérpretes, que están ensayando oa punto de actuar a esa hora.

La sala es muy pequeña, con el escenario allí mismo. Y de repente sale Lloll Bertran, la gran Lloll. A ese talento natural que ha traspasado pantallas se le ha ido añadiendo con los años un dominio de la técnica interpretativa que le permite decirlo todo con una mueca, con una posición de las manos o de las piernas, con un encogimiento de los hombros o unos pasos cortos, que construyen el personaje antes de que pueda despeñarse el boca y anticipan. Es justo el tipo de actuación contenida que pide un teatro de tamaños tan familiares y en el que hace falta mucho arte para sostener el artificio sin que se hunda. Y Lloll, Jordi Andújar y Núria Cuyàs, de oficio, tienen.

La sartén de los jueves, de Cristina Clemente, es una comedia en torno a un gran lío familiar que retrata las separaciones conyugales tardías, las nuevas formas de pareja, las maternidades aplazadas, la descolocación general de unas generaciones que no viven como se habían imaginado. Debajo de la amabilidad del texto hay mucha verdad dura. Nos vamos divertidos pero dándole vueltas. He aquí el acto de clandestinidad.

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