El precio de la justicia

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Dani Alves, con el uniforme de su último equipo.

Cuando salió la sentencia contra Dani Alves tuvimos que alegrarnos porque, según nos decían, aunque la pena fuera mínima, era ejemplar. Porque, según nos decían, habiendo demostrado que no había habido consentimiento se enviaba un mensaje global contra la impunidad del violador, fuera quien fuera y viniera de dónde viniera. Pero la alegría, que también era muy mínima, nos ha durado poco. Que ahora Dani Alves pueda pagar un millón de euros de fianza para salir de prisión, pese al riesgo de fuga que conlleva y sin haber cumplido la mitad de la pena, es otra decisión judicial que indigna a buena parte de la sociedad. Con razón. Por más acostumbradas que estemos a gestionar las migajas, no podemos evitar volver a sentir rabia e impotencia cada vez que nos adormecen otra fría. Y aunque es bueno que nos sintamos así, porque no debemos acostumbrarnos de ninguna manera, ¿qué podemos hacer cuando la frustración con el sistema aparece sistemáticamente? ¿Qué hacemos con el mensaje que nos están dando?

Con este tipo de decisiones la sociedad constata lo que ya sabe: que la libertad también se puede comprar, como casi todo en esta vida. Por tanto, volvemos a desmontar la máxima de que todo el mundo es igual ante la ley. La lista de ejemplos que la desmenuzan es larga y responde a varios tipos de delito, pero cada vez que sale uno nuevo, nos cabreamos y se nos manifiesta la impotencia. La justicia no es justa. Es clasista y es machista. Si tienes dinero o acceso a dinero, sigues teniendo muchas más posibilidades de esquivar un castigo que si no lo tienes. Podemos debatir, y es necesario, cuál es el castigo y si sirven de nada los que se están aplicando, pero la sensación de desigualdad ante la ley se hace igualmente ancha. ¿Qué hacemos con este caso, en el que la justicia ofrece pagar un millón de euros por salir a la calle a un hombre sentenciado como culpable de agredir sexualmente a una mujer? ¿Qué hacemos cuando el sistema nos dice que, incluso después de haber cometido un delito reconocido por la ley, si tienes dinero, puedes sortear la sentencia? ¿Esta es la impunidad global de la que debíamos alegrarnos en un caso como éste? ¿Por qué por el mismo delito, sin tener dinero, el castigo es quedar encerrado en prisión? Y todavía tenemos más preguntas. Si el violador tiene dinero para comprar su libertad, ¿por qué no se ha tenido en cuenta ese dinero para la reparación de la superviviente?

Que el mundo funcione a golpe de talonario es desolador, pero nada indica que dejamos de funcionar sin dinero. El dinero sigue marcando las diferencias, las desigualdades, los abusos y nuestras posiciones en el mundo. Los varones tienen más dinero que las mujeres. Los datos de la brecha económica lo ponen tristemente de manifiesto cada año. Así pues, los hombres tienen más posibilidades económicas también para comprar su libertad. Es evidente que #Nototselshomes, sin embargo, nos pone delante otra desigualdad: para las mujeres, comprar nuestra libertad, en caso de que la justicia nos lo permitiera, también sería más complicado. Es otro buen motivo para romper la brecha. Pero mientras rompemos la brecha por otras muchas razones y sin tener que delinquir, es evidente que debemos plantearnos nuevamente la lección que se nos está dando desde hace muchas generaciones: prácticamente todo en esta vida se puede comprar. Y en un mundo en el que las desigualdades económicas son tan evidentes, nunca habrá una justicia justa.

La estafa que sentimos, pues, es razonable. Confirma que existe una justicia diferente en función de la clase social. Se envía otro mensaje muy claro. Y muy global, también.

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