El problema guiri son las fotos

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La calle Condal en el Barrio Gótico de Barcelona

De la misma forma que los teléfonos móviles han cambiado los usos de Sant Jordi (ahora el escritor, aparte de firma, también se hace una selfie con el lector) han cambiado los hábitos de las vacaciones. Paseando por Barcelona, ​​ayer, lo veía. Turistas hay muchos, pero la aglomeración es mucho más visible, porque se detienen a cada paso para tomar una foto. Ahora es muy fácil tomar una foto, y, por tanto, esta idea ha perdido toda la trascendencia. Antes, en una familia o en un grupo de amigos que viajaba, había uno que llevaba una cámara. Se la colgaba en el cuello, con esa funda negra, de cuero. Pesaba. Y tenía que vigilarse, porque era lo primero que te robaban. Aquel que llevaba la cámara debía elegir muy bien qué retrato haría, para que hacerlo, costaba un buen rato. Ahora desenfundo, ahora enfoco, ahora disparo. Como cada carrito tenía un número de fotos limitado, y como no podía comprobarse cómo había quedado, el fotógrafo, claro, no iba disparando a cada paso. Todos los miembros de la expedición tendrían copia, si querían, de las mismas fotos o diapositivas.

Ahora, sin embargo, todos los miembros de la familia y de los grupos tienen un móvil, grandes y pequeños. Todos ellos quieren tener un recuerdo personal, para ponerlo en Instagram, para enviarlo a los amigos... Todos ellos se detienen, a cada paso, para tomar muchas fotos, que, allí mismo, comprueban cómo han quedado.

Ir por las calles del Gòtic de Barcelona es irse deteniendo o esquivando gente, porque la mayoría se detiene a cada paso para hacer retratos o vídeos. Una foto al señor que vende castañuelas allá tierra, una foto al músico callejero, una foto en la fachada de la heladería falsamente vintage, una foto en la terraza donde toman un vino, una foto en el Fossar de les Moreres (¿qué pensarán que es?)... Si no se detuvieran serían mucho más llevaderas.

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