¿Qué problema hay con Elon Musk?
Elon Musk quiere comprar Twitter. Ha hecho una oferta y dice que quiere eliminar de la red social los bots y las cuentas anónimas. También quiere proteger la libertad de expresión y está en contra de los vetos permanentes, como por ejemplo el de Donald Trump.
Hay quien tendrá una decepción al saber que Donald Trump no ha perdido ni gota de influencia sobre sus seguidores ni poder sobre el Partido Republicano. Lo que ha conseguido el veto de Twitter es que ahora nos cueste más saber qué dice y qué hace.
Yo también creo, como Musk, que Twitter no debe tener la facultad de suspender las cuentas de los presidentes de los Estados Unidos (cargo que Trump todavía ostentaba entonces). Tampoco creo que se tenga que vetar a los usuarios que utilizan Twitter por ejercer el derecho a expresar sus opiniones. Esto no quiere decir que se pueda decir cualquier cosa. Nadie tiene derecho a proferir amenazas de muerte o violación, ni a glorificar ni promover la violencia. Nadie tiene derecho a compartir pornografía infantil. Todo esto no se prohíbe para limitar el ejercicio de la libertad de expresión, sino porque hay leyes en contra. Además, la UE condena el discurso de odio y los estados miembros tienen unas normas para restringirlo en las redes sociales. Si Twitter quiere estar activo en los países de la UE, tiene que cumplir esta normativa.
Así pues, ¿por qué da tanto pánico el hecho de que Musk quiera adquirir esta red social? Muchos se preguntan si una plataforma que hace la función de “plaza pública” puede ser propiedad de empresas privadas o personas físicas. Los que han caído presos de este pánico moralista nos quieren hacer creer que Musk transformará Twitter –este paradigma de amabilidad, cordialidad y moderación– en una cloaca por donde circularán la agresividad verbal, la deshumanización y el discurso de odio (lo digo con sarcasmo).
Curiosamente, no se preocupan por los actuales inversores de la plataforma; por ejemplo, empresas como BlackRock. ¿Qué es BlackRock? He aquí lo que dice Wikipedia: “En diciembre del 2018 se supo que BlackRock es el principal inversor del mundo en plantas de carbón, con acciones por valor de 11.000 millones de dólares repartidas entre 56 plantas de estas. Otro informe demuestra que BlackRock es propietaria de más reservas de petróleo, gas y carbón térmico que ningún otro inversor, con unas reservas totales que suben a 9,5 millones de toneladas de emisiones de CO2, o el 30% de todas las emisiones relacionadas con la energía producidas en 2017. Grupos ecologistas como Sierra Club y Amazon Watch pusieron en marcha, en septiembre del 2018, una campaña denominada El gran problema de BlackRock, en que afirmaban que esta empresa es el «principal impulsor de la destrucción climática del planeta», a causa en parte de su negativa a retirar las inversiones de las empresas de combustibles fósiles”.
BlackRock también invierte en China. Según la Wikipedia: “En agosto del 2021, BlackRock creó su primer fondo de inversión en China después de recaudar más de mil millones de dólares de 111.000 inversores chinos. BlackRock se convirtió en la primera compañía extranjera autorizada por el gobierno chino en gestionar una empresa de propiedad absoluta en el sector de fondos de inversión del país. En un artículo en The Wall Street Journal, George Soros calificó la iniciativa de BlackRock en China de «trágico error» que «perjudicaría los intereses de los Estados Unidos y otras democracias en materia de seguridad nacional». En octubre del 2021, la organización sin ánimo de lucro Consumers’ Research promovió una campaña publicitaria que criticaba las relaciones de BlackRock con el gobierno chino. En diciembre del 2021 se supo que BlackRock había invertido en dos empresas que el gobierno norteamericano había puesto en la lista negra por vulneración de los derechos humanos contra los uigures en Xinjiang”.
Añado, para acabar, un par de recomendaciones: para un debate equilibrado sobre las redes sociales y el discurso público, consultad la entrevista a Jonathan Haidt, psicólogo social y profesor de la New York University, en el podcast del politólogo Yascha Mounk, The Good Fight, en la que comentan cómo el discurso público se ha convertido en tan estúpido. Y si no os gusta lo que alguien dice en Twitter, bloqueadlo.