El Proceso ha muerto. Viva el Proceso

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El proceso ha muerto. Viva el proceso.

Ya lo saben. La frase viene de 1272: Inglaterra y, después, Francia. El rey ha muerto. Viva el rey. La versión española es cercana a 1714, año decisivo de la historia de Cataluña, cuando Felipe V respondió “A rey muerto, rey puesto” a los que le pedían que no arriesgara su vida en batalla.

Al día siguiente de las elecciones catalanas del pasado 12 de mayo, la derecha y la izquierda españolas debatían sobre si se había liquidado o no el Proceso. Durante la semana pasada, dimitieron varios dirigentes de ERC y el propio Oriol Junqueras se ponía en manos de la militancia para decidir su liderazgo. Puigdemont, por su parte, dejará la política cuando el PSC acceda a la Generalitat. Porque, esa es mi intuición, Illa será presidente de Catalunya con el apoyo de ERC, triunfos pactados mediante.

El Proceso ha muerto, pero nace otro proceso. En manos de otros políticos, porque, que nadie lo dude, mucha de la participación perdida corresponde a ciudadanos que no quieren seguir votando a los dirigentes independentistas que lideraron el fallido intento de secesión.

El nuevo Proceso pide varias cosas. La primera, nuevas caras. Nuevos responsables que diseñen una fórmula de encaje definitivo entre Cataluña y el resto de España.

El segundo, que este encaje sea acordado previamente con España y, después, confirmado en sufragio universal, en todo caso, por los catalanes. Debe haber una fórmula. Yo sé que muchos catalanes me dirán: "La fórmula ya la tenemos: independencia". Bien, España no es independiente de la Unión Europea. Y ni siquiera la Unión Europea, en materia de defensa, por ejemplo, es independiente de Estados Unidos. En un mundo global, el término independencia es muy relativo. Cataluña ya es independiente en bastantes ámbitos y competencias. La interdependencia cultural, social, económica, militar, comercial, laboral, financiera y de estructuras con España es insoslayable y requiere que la relación esté bien articulada.

En tercer lugar, como economista, nunca he negado que la fórmula de recaudación y posterior reparto de la tarta contributiva deba ser revisada y actualizada. Si en lo financiero y económico estamos de acuerdo, todo lo demás es negociable. El reconocimiento de un estado es innecesario a nivel práctico. E incluso sería perjudicial para la propia Catalunya. Sé que muchos no están de acuerdo, pero insisto: la Europa de las naciones cayó frente a la Europa de las regiones. Y la Europa de las ciudades se llevará por delante a la de las regiones. Cerramos este capítulo de una vez por todas.

El Proceso ha muerto. Viva el Proceso.

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