Esto de prohibir los móviles

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Un profesor da clase a alumnos de un instituto donde utilizan ordenadores y tabletas en el aula.

A partir del próximo curso, los centros educativos catalanes "serán espacios libres de móviles", leemos en el ARA. “En las escuelas ningún niño podrá utilizar el móvil y en los institutos sólo se podrá utilizar en casos excepcionales o para un uso "educativo específico autorizado".

Dejemos de lado las escuelas, amigos lectores. Ningún niño de P-5, primero, segundo... lleva móvil. Los de los últimos cursos de la ESO, quizás sí. Pero todavía se les puede "prohibir". De hecho, yo le regalé a mi hija un móvil (heredado, claro) sólo para poder requisarlo. Sin embargo, como la, entonces, niña iba sola a la escuela, que llevara móvil era una prevención de mi ictus. Es decir, si un niño es lo suficientemente grande para coger el bus, es lo suficientemente grande para llevar móvil y poder llamar para decir –hablo por experiencia– que se ha saltado la parada (porque miraba el móvil).

En secundaria es otra cosa. El móvil es lo mismo que es para nosotros: todo. Maestros, padres y alumnos tenemos el móvil ahí al lado. ¿Es pernicioso? Sí, porque la dosis es la que hace el veneno y la dosis es muy alta. Lo llevamos siempre en la mano o en el bolsillo con –evidentemente– excusas ciertas. Llamadas de trabajo, el chat de estudiar, saber cómo está la familia. En este sentido es útil, claro.

Pero el problema del instituto no es el móvil. Es el chromebook. Los alumnos lo utilizan para jugar y pueden chatear, a través de juegos, de la misma forma que lo harían con un móvil. No escriben a mano, que es otra mecánica que escribir con el teclado, como yo lo hago ahora. Escribir a mano pide algo más de reflexión: vigila qué escribes, borrar no es tan sencillo. Leer lo que has escrito a mano es otra plástica (hay flechas, rayadas, presión fuerte o floja). Leer un libro es otra cosa que leer una pantalla. No es lo mismo pasar páginas que manejar el cursor. Nunca será lo mismo tener el texto en la pantalla, en frente, que el texto, en el papel, sobre la mesa, bajo los ojos. Y nunca será lo mismo el ritual –que yo ya sólo hago en domingo– de leer el diario, éste, en papel.

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