Prospectiva energética

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Prospectiva energética

El Instituto Catalán de la Energía de la Generalitat ha publicado una Prospectiva energética de Catalunya 2050. Del documento se desprende una hoja de ruta ambiciosa por la descarbonización de la economía catalana, confeccionada, además, y esto se agradece, con cuidado y competencia técnica. Se marcan caminos, que sin duda habrá que seguir, en eficiencia energética, renovables, electrificación, hidrógeno verde, y otros.

En este tema conviene tener muy claro cuáles son sus objetivos. El documento los tiene, por más que trata de acomodar sensibilidades e intereses diversos. El primer objetivo es que Catalunya cumpla el compromiso de París: en 2050 nuestro consumo de energía, directo o indirecto, y nuestra producción industrial no deben emitir CO, en términos netos. El segundo objetivo es conseguirlo garantizando un precio de la energía, el año 2050 y lo antes posible, que sea asequible para el consumidor y competitivo para las empresas. Estos objetivos están jerarquizados. El primero debe cumplirse. Dado esto, debemos procurar hacerlo lo mejor posible con respecto al segundo. Sin embargo, a nadie se le escapa que llegar al primer objetivo será tanto más difícil cuanto menos se puedan garantizar unos precios razonables de la energía. Por cierto: el volumen de energía que vamos a consumir no debería ser un objetivo independiente. Llegados a 2050, es decir, en el momento en que toda la energía sea limpia, la energía que consumiremos será la que inducirá su mismo precio: será lo más bajo posible.

Mientras que de aquí a 2050 no podremos evitar períodos con precios de la energía históricamente altos, soy moderadamente optimista en cuanto a la posibilidad de alcanzar los dos objetivos en 2050. La condición, sin embargo, deberá ser extremar el rigor y la disciplina económica: para llegar a buen puerto, la producción y consumo de energía deberá estar propulsada por la lógica del cálculo económico de costes y precios. Entendiendo que los precios deben incluir los costes de producción directos pero también los impuestos que recojan los costes sociales indirectos (los generados por el calentamiento del planeta, por ejemplo).

Tres implicaciones importantes de este punto de vista:

1. El consumo de electricidad será en parte autoconsumo y en parte consumo desde la red eléctrica. Como he indicado, las respectivas magnitudes dependerán del coste de producción y del precio en la red. Todo indica que el autoconsumo será muy competitivo, por lo que habrá bastante. Sin embargo, la parte del consumo cuantitativamente superior será el de la red. Para este, que la electricidad venga del borde de casa o de lejos, de Catalunya o de Aragón o Francia, solo importa en la medida en que afecte al precio (inclusivo de las compensaciones que correspondan en los municipios por donde pasen las redes). Las consideraciones de soberanía energética solamente son relevantes a nivel de la UE.

2. Se discute si es deseable que existan terrenos de cultivo que se transformen en huertos solares. El documento de la Generalitat estima que no más de un 2,5% del territorio de Catalunya será ocupado por la generación de energías renovables (incluida la eólica). Sin embargo, otra vez esta magnitud debería quedar determinada por el cálculo económico de coste y precio. Si un campesino puede obtener más rendimiento de su propiedad con un huerto solar, no deberíamos negarle el derecho a instalarlo. No es justo pedir al campesino que no cultive lo que le salga más a cuenta -placas solares, quizás- porque no nos gusta ver campos negros. El campesino podría decirnos: “Vale, cultivaré lo que los consumidores queréis, pero el precio será aquel en el que no pierda relativo al huerto solar. ¿Me compraréis a este precio?”

3. El tema nuclear ya está dado y bendecido: todos consumiremos energía de origen nuclear. Una vez la UE lo ha permitido, y Francia se ha lanzado, el resto no tendremos elección: en el espacio europeo no podremos permitirnos que Francia tenga una industria más competitiva porque ha decidido utilizar una fuente de energía que no nos gusta, y disfruta a consecuencia de precios más baratos. El único margen de elección que nos quedará a alemanes o catalanes es si producimos energía nuclear en casa o la importamos de Francia. De nuevo: dependerá de los precios. ¿Ha hecho bien la UE en categorizar, de forma transitoria, la energía atómica como verde? Pienso que sí. El reto, en palabras de la consellera Jordà, es gigantesco, y la energía nuclear no emite CO. Tiene el problema de los residuos y, por esta razón, acabaremos prescindiendo de ella. Pero no es tan urgente. Lo podemos hacer en el horizonte de 2100.

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