El profesorado piensa qué hacer ante la irrupción de la inteligencia artificial, el ChatGPT y otros dispositivos convertidos en poco tiempo en una especie de brazo fantasma de un alumnado cada vez más disperso y distraído, incapaz de atender ante un solo estímulo. Una explicación sencilla o una consigna en forma de párrafo escrito se hace difícil de asimilar. El impacto en la capacidad de atención y concentración es muy evidente. A veces pienso que tendríamos que hacer talleres de memoria, como la gente que sufre Alzheimer cuando va a los centros de día. Resulta asombroso y preocupante. Los mecanismos de apropiación del saber y la forma de aprender se han modificado hasta extremos que cuesta identificar. Mantener el dispositivo electrónico abierto mientras ocurren cosas en el aula (debates, presentaciones, trabajos cooperativos) se ha convertido en una costumbre automática, sin la cual parecería que perdamos la brújula. ChatGPT se ha convertido en un profesor ayudante: explica lo que no han entendido bien en clase con el profesor sincrónico. También ayuda a hacer trabajos. Sustituye la lectura de un artículo por un resumen de las ideas principales. Propone desarrollar temas, prepara presentaciones.
¿Cómo evaluamos si han leído, han entendido y son capaces de reflexionar sobre un texto? Para un artículo en formato digital, lo tenemos crudo. Lo cuelgan en la red y le piden al chat que les escriba la reseña, haga un esquema, etc. Sin embargo, si se trata de un libro en papel, protegido por derechos de autor, la cosa se complica. Siempre se puede aprovechar un resumen que quizás alguien ha colgado en la red. Todo esto si se trata de un trabajo escrito.
Para revertir esta tendencia, una opción plausible serían las pruebas orales tech-free. Este curso lo he hecho, a propósito de una lectura. La prueba oral del libro consistía en mantener una conversación sincrónica, en coincidencia con espacio y tiempo (hay que decirlo así para evitar meets y otras minucias). Nos encontrábamos en clase. Tenían que llevar el libro en papel, sin abrir ningún dispositivo electrónico. Me lo daban, yo lo abría. Al azar, señalaba un párrafo o página de su ejemplar. Disponían de unos minutos para preparar un comentario (si hacía falta, apuntando algunas ideas en una hoja de papel). Luego tenían que contarlo en un tiempo limitado. Había que comentar el fragmento y relacionarlo con la estructura y el contenido del libro, haciendo una reflexión sobre algunas cuestiones.
Al mantener una conversación sin soporte tecnológico, la palabra adquiere una nueva valía. Como dijo Joan Maragall: "Deberíamos hablar mucho menos y solo por un fuerte anhelo de expresión". La capacidad de la palabra dicha atraviesa el ojo que todo lo ve en la imagen de la pantalla. Abre otras posibilidades y sobre todo otro tiempo. Necesitamos tiempo para ese tipo de pruebas. ¿Habría que registrar lo que se ha dicho? Mejor preservar el instante efímero de la conversación. Aristóteles dijo que la voz humana es una conjunción de sonido y sentido encarnados. En las pruebas orales resuena la voz del estudiantado. Entonces el saber vivifica la transmisión de lo implícito en el tono justo.