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Antonio García Ferreras durante su programa, 'Al rojo vivo'.

Que la mezcla de corruptos, ultras y paletos que controlan el Ayuntamiento de Madrid me intente declarar persona non grata me divierte y me honra. Que un periodista al que he querido y admirado me llame putinista me ofende y me duele. Para bien y para mal siempre he sido transparente y voy de cara; es lo que hay.

En el capítulo 18 de su libro C3PO en la corte del rey Felipe Pedro Vallín afirma la existencia de una guerra del Estado profundo y de los medios de comunicación contra Podemos y contra la democracia española.

El capítulo habla muy bien del valor del autor; no es frecuente que un periodista en España (y menos uno que trabaja en el periódico propiedad de un conde) se atreva a criticar sin misericordia a los jueces y también a sus compañeros de profesión. En el citado capítulo, Vallín habla de la gran atención mediática que recibieron las “investigaciones” contra Podemos y denuncia el impresentable silencio que sucedió a los autos de archivo. Vallín denuncia además lo que define como “activismo político judicial” así como las investigaciones prospectivas contra Podemos. No se priva tampoco, en un nuevo ejercicio de valor poco frecuente en la profesión periodística, de humillar a los togados señalando que “la duda de por qué jueces de carrera larga y eventualmente prestigiosa están dispuestos a hozar en las miasmas, de forma tan evidente que cualquier lego en derecho puede ver la chapuza judicial y la evidente intención política, con arbitrariedades transparentes como el agua clara, reside en el asunto principal de estas páginas: la batalla que el Estado profundo español ha lanzado contra la indispensable puesta al día de sus estructuras y usos semidemocráticos”.

Vallín señala también, llamándole por su nombre, al magistrado García-Castellón al que define como un “artefacto político cierto, con un sentido, un objetivo, y una utilidad patentes”. Es verdad que de García Castellón han hablado otros periodistas pero lo que hace Vallín a continuación es mucho más infrecuente entre los profesionales del periodismo: Vallín señala a sus propios colegas, los periodistas amigos del comisario Villarejo, como participantes de la “batalla campal a bayoneta calada de los togados”. Vallín es uno de los pocos periodistas que, en España, se ha atrevido a señalar a otros periodistas como parte de las cloacas y lo ha hecho, como digo, desde las páginas de La Vanguardia, que es más meritorio que hacerlo desde El Salto, desde Público, desde el ARA o incluso desde eldiario.es.

Pero la historia guardaba un giro de guión. La revelación de los audios del periodista Antonio García Ferreras junto al comisario Villarejo, a Mauricio Casals y a otras figuras de las cloacas vino a confirmar, ante millones de espectadores, la tesis de Podemos que Vallín llegó a aceptar y casi a atribuirse en su libro: que la metodología del mediafare en España es una acción concertada de las cloacas policiales y del periodismo. Lo que quizá Vallín nunca quiso aceptar es que la parte crucial de ese periodismo de cloacas lucía un barniz progresista y también una alianza con buena parte de la izquierda que nunca ha tragado con el protagonismo y la hegemonía de Podemos. Esa izquierda hoy cree estar de vuelta, calla sobre el Ferrerasgate y sabe que necesita a La Sexta para tener opciones electorales. Y esa izquierda no soporta que La Base señale cotidianamente las miserias de su principal valedor mediático. Vallín lo sabe y por eso dice que La Base perjudica a la izquierda; a la izquierda aliada con La Sexta sin duda que le perjudica. Además Vallín sabe que una cosa es burlarse de la triste Lucía Mendez y del periodismo de “mesa camilla” y otra bien distinta señalar lo que realmente son Ferreras y Pastor. Enric Juliana estará siempre dispuesto a mentir y a cosas peores por defender a su periódico y a los suyos (ayer, con código de criminal legionario, escribía que el artículo en el que Vallín nos llama putinistas es uno de los mejores) pero difícilmente aceptaría volar según qué puentes. Esa es la historia de vida de Juliana; una mezcla de lucidez y de cobardía solemne capaz simultáneamente de lo mejor y de lo peor.

Aún no se ha analizado hasta qué punto el Ferrerasgate representa un antes y un después en la imagen de los medios en España y de los propios periodistas; en particular de los progresistas y los solemnes. La paradoja es que el Ferrerasgate no ha hecho sino confirmar lo que Vallín decía en su libro, y también que no siempre es fácil ser honesto y digno con uno mismo. 

Pablo Iglesias es doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense de Madrid, ex secretario general de Podemos y exvicepresidente segundo del Gobierno
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