¿Qué es peor?

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Què és pitjor?

Parece que la opción de que Junts pase a la oposición, después de acceder a la investidura de Pere Aragonès, es una posibilidad real. Quizás no es la más probable, pero hay gente de Junts que la defensa en público, y todavía más gente que lo hace en privado. El líder del partido, Jordi Sànchez, encendió las alarmas al declarar que sus compañeros del Parlament votarían a favor de un acuerdo de gobierno de izquierdas -un tripartito diferente- integrado por ERC, la CUP y los comuns. Seguramente debido a ello, el congreso del partido, previsto para Sant Jordi, se ha aplazado unas semanas. Un congreso tiene que ser una fiesta, especialmente si es el primero; las cosas importantes se tienen que decidir antes.

Las habilidosas declaraciones de Jordi Sànchez tenían la finalidad de abrir el debate dentro de ERC, que mantiene un disciplinado mutismo al respeto. Pero también se ha abierto el debate en el espacio exconvergent. A pesar de que la posición oficial es priorizar el acuerdo con ERC, hay sectores que creen que el nuevo partido se cohesionará mejor desde la oposición. Consideran que el gobierno de Aragonès estará demasiado anclado a la izquierda, por la presión de la CUP, lo que puede diluir el mensaje de Junts. Además, estos sectores prevén que Aragonès no dará pasos hacia delante en la agenda soberanista, porque no tendrá mayoría parlamentaria y tendrá que recorrer, tarde o temprano, al apoyo del PSC. Con Puigdemont y Laura Borràs, Junts puede convertirse en el refugio del independentismo del ni un paso atrás, y situarse en una posición propicia para superar a ERC en futuras citas electorales.

Este es el cálculo optimista de la situación. El pesimista dice que, fuera del gobierno catalán y con una fuerza municipal menguada, Junts asume demasiados riesgos cuando su estructura todavía es muy tierna. Y que si Pere Aragonès se consolida en el poder, gestionando la recta final de la vacunación y la gestión de los fondos europeos, después costará mucho desalojarlo. Este es el miedo que tiene la parte más institucional y pactista de Junts, la depositaria del ADN convergent.

ERC vive un debate similar. Muchos republicanos consideran que, después de haber sostenido la presidencia de Quim Torra a regañadientes, y de votar a Laura Borràs como presidenta del Parlament sin obtener nada a cambio, Junts tendría que haber accedido a formar gobierno de forma rápida, atendida la gravedad del momento. No son pocos en Esquerra los que creen que tan difícil será pactar con Junts en el Govern como en la oposición, y que las expectativas de futuro de ERC mejorarán cuando se deshaga de la sombra alargada de su rival independentista. Pero cuando lo piensan fríamente, los republicanos saben que sin mayoría absoluta es muy difícil sacar adelante una legislatura. Sobre todo porque los comuns no harán nada que inquiete al PSC, y el apoyo de la CUP siempre está condicionado y, por lo tanto, es variable.

Ninguna opción resulta fácil, pero lo que está seguro es que un gobierno en minoría tiene la excusa perfecta para no hacer movimientos de carácter rupturista. Si se produce este escenario, el Procés quedará oficialmente congelado hasta el próximo mandato, y los dos partidos agudizarán sus estrategias: ERC, el diálogo con el PSOE, en una posición debilitada por la división del independentismo; Junts, “el embate democrático contra el Estado”, pero desde fuera del poder, es decir, todavía más simbólico. La república estará algo más lejos, pero a veces las cosas, para mejorar, primero tienen que ir mal. Eso sí, los dos, ERC y Junts, continuarán acusándose mutuamente de bloquear el camino hacia la independencia. Quizás por eso ni los unos ni los otros quieren ser los portadores de la mala noticia (si es que finalmente llega) (y si es que realmente es mala).

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