Radicalismos, populismos, extremismos

Felipe VI, en el discurso que hace cada año desde este palacio que da tanta rabia, ha hecho "un llamamiento" a preservar"la convivencia democrática"frente a los "extremismos, radicalismos y populismos". El timbre de voz de Felipe, por cierto, es agudo y fino, como el de Franco. Muy diferente del tono nasal y engullado de Juan Carlos. Si la monarquía no fuera un reducto de machismo, este discurso lo haría la reina, que sabe mucho más, leer el teleprompter como si no lo hiciera, y tiene una voz agradable y sobre todo convincente.

Se entiende muy bien que alerte, al buen hombre, de los extremismos y radicalismos. Los extremismos y radicalismos son los que, en la historia de la vieja Europa, han seccionado varias testas de monarca (sin la corona puesta, claro) por el método tradicional de la guillotina, que se ve que cortaba más que esos cuchillos profesionales que te han regalado para que cocines. Quiero decir, con esto, que sólo si eres extremista y radical te hace ilusión ver rodar cabezas de forma literal.

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Ahora bien, que sea él, precisamente él, el que alerte de populismos es ligeramente cínico. ¿Qué es la monarquía sino un caso flagrante de populismo? ¿Qué es la monarquía sino el populismo extremo? La monarquía, para seguir viviendo, debe evitar los extremismos, que la sustituirían por un sistema democrático de elección que no pasara por el derecho de sangre. Pero también debe alimentar al pueblo con toda la artillería populista, para obtener su aceptación aspiracional. Presentarse ante los súbditos como seres superiores, mostrar, desde pequeños, a los herederos al trono, peinados, depilados, vestidos y maquillados para que nos resulten atractivos y cercanos. Ahora no se ponen coronas, sí se ponen tiaras, y sustituyen a los carruajes por coches y aviones privados. No tienen preceptores, sino escuelas de élite. Sin populismo no existe monarquía.