Rebeldía

Conectados en la red Pero desconectados de la vida real: Los especialistas dicen que el móvil es un problema cuando interfiere en la vida cotidiana.
01/12/2025
Escritora
2 min

No soy una persona entusiasta de las nuevas tecnologías. Me cuesta adaptarme y sólo cojo lo que me parece estrictamente necesario o que me facilita la vida. No estoy orgullosa. Ir en contra del progreso, por lo general, parecería que no tiene nada bueno.

Sin embargo, me parece innegable que algunos cambios tecnológicos nos hacen andar en la dirección contraria y dejar atrás los valores con los que me educaron y que, hasta hace relativamente poco, eran considerados indiscutiblemente buenos. Pondré algunos ejemplos, asumiendo el riesgo de ser tildada de retrógrada.

Creo que los chats telefónicos hacen servicio en algunas ocasiones pero nos han robado el contacto, quizás más espaciado, pero sin duda más profundo, con los conocidos, amigos y familiares. Ya no llamamos a alguien que echamos de menos para charlar un rato y saber cómo le va la vida, porque los mensajes breves son más eficaces y nos ahorran el ritual de la buena educación y la cordialidad. Las buenas noticias, y las malas, se comunican con una frase breve y se responden con expresiones sintéticas de alegría o de pésame, y, a veces, con estos emoticonos que limitan nuestra expresión hasta extremos insoportables.

La gente de las generaciones más jóvenes –¡y también de la mía!– recurren al Tinder y similares para conocer gente nueva, con la intención, secreta o no, de enamorarse. Habitualmente, el proceso es un camino lleno de frustraciones, engaños y disgustos, que, además, no suele terminar bien. Las personas participan en una especie de casting donde se exponen ellas mismas y donde también eligen a los candidatos a partir de una fotografía y, a lo sumo, un par de frases que deberían permitir intuir algunos rasgos de carácter. La mentira campa libremente en estas primeras impresiones, por supuesto.

¿Qué se ha hecho de aquellos enamoramientos que avanzaban lentamente, a base de conversaciones cada vez más íntimas, y que, en consecuencia, establecían una base lo suficientemente sólida como para que el amor tuviera alguna posibilidad de prosperar?

La última y más extrema "perversión" es ChatGPT, la inteligencia artificial que, lo reconozco, me he negado a utilizar con la actitud pueril de una niña pequeña empeñada en no aceptar los cambios. En una reunión con un grupo de gente que debe pensar un proyecto, la creatividad, la confrontación de ideas, la negociación, todo queda barrido por esa mente tecnológica que ahorra esfuerzos, pero que también aborta cualquier tipo de razonamiento o esfuerzo intelectual.

Los de mi edad —los boomeros— hemos avanzado a trancas y barrancas, sintiéndonos más inútiles de lo que somos, hacia estos cambios tecnológicos. Nos cuesta saber si nos están engañando o manipulando, y avanzamos atemorizados ya tientas, sabiéndonos huérfanos de las competencias necesarias, por este mundo nuevo que nos expulsa.

Cuando oigo a alguien de mi quinta asegurar, con más fe que conocimientos, que la inteligencia artificial nunca podrá sustituir el trabajo de los creadores, reconozco que me cuesta mucho luchar contra el escepticismo.

Llegados a este punto, poderme sumergir –como estoy haciendo ahora– en una novela como Lo que sabía Maisie, de Henry James (LaBreu), por primera vez en catalán gracias a la traducción de Ferran Ràfols, me parece un acto de rebeldía seguramente minúsculo, pero fantástico.

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