En el distrito de Sarrià-Sant Gervasi de Barcelona se abrió recientemente un proceso participativo para escoger el nombre de la nueva biblioteca pública que ha terminado, como era del todo previsible, con la victoria de JV Foix. Muchos y muchas se han sentido aligerados después de hacer campaña por un hombre que no la necesita, de quien aprendimos sus versos en la escuela y al que admiramos posteriormente después de leerlo ya más grandes y de compartir aquel “es cuando duermo que veo claro”, con algo menos de surrealismo porque el surrealismo a mí nunca me ha convencido demasiado. Pero Foix y sus poemas sí lo hicieron y, aunque hace mucho tiempo que no los releo, siempre le he tenido simpatía. También por el azar que hizo que naciera un 28 de enero y muriera un 29, al día siguiente de su 94 aniversario. O sea, me justifico y defiendo al poeta, que ni está ni tiene ninguna culpa de unos resultados que le han beneficiado injustamente. Me explico. Junto a JV Foix estaba también el nombre de dos mujeres, Carme Serrallonga, pedagoga reconocida y fundadora de la escuela Isabel de Villena, esta última considerada la primera escritora con nombre de la literatura catalana y precursora o visionaria del feminismo en el siglo XV , y Núria Pompeia, pionera del humor gráfico y autora de tiras feministas en una época, la franquista, en la que la Sección Femenina se encargó de poner en su sitio a las mujeres que venían asustadas de la Segunda República. Pompeya, con una obra excepcionalmente original y necesaria, ha sido referente en su campo de muñecos, donde ha habido muchas menos mujeres y mucho machismo. Pero no es que esta ilustradora ingeniosa y lacerante no sea lo suficientemente genial para dar nombre a una biblioteca de su barrio, lo que ocurre es que no tiene el mismo prestigio que Foix ni los argumentos de activista de barrio que le acompañan. Tiene otras muchas cosas, valiosísimas, que no aprendimos en la escuela, como no supimos el nombre de ninguna mujer y nos educamos con el canon masculino y en la literatura femenina, todo marcado por una desigualdad ejemplar. Sería bueno que los alumnos catalanes de hoy conocieran la vigencia del trabajo de Núria Pompeya y miraran el calendario para saber cuál es nuestro siglo y cuál era el suyo. Y que se siga leyendo JV Foix, por supuesto.
El tema no es el poeta ni los poemas, sino que tantas personas encuentren innecesario que se ponga a debate una decisión cuando todo el mundo sabe que lo mejor para la biblioteca es poner el nombre del personaje más famoso del barrio y que es el nombre de una avenida. El género no debería ser prioritario. Con datos de 2023, en Barcelona el 8,3% de las calles de la ciudad llevan nombre de mujer frente al 35% de hombres. Yo diría que lo ha sido bastante, de prioritario. Ciertamente, no se trata de contraponer el reconocimiento de un artista con la necesidad de enmendar la desigualdad, aunque la desigualdad haya estado muy presente en el reconocimiento de los artistas. Pero conviene recordar, y situaciones como ésta nos lo recuerdan, que los hombres han pasado a la historia, que han contado ellos, por ser hombres, y las mujeres han quedado relegadas, en el mejor de los casos en segunda fila, y en el peor , al olvido, justamente por ser mujeres. Demasiadas puertas cerradas.
A mí me hubiera gustado que la biblioteca tuviera nombre de mujer. Y me hubiera gustado mucho, perdón, Carme Serrallonga, que fuera el de Núria Pompeya, porque utilizó el humor de forma exquisita para explicar lo que no hace ninguna gracia. Enferma de Alzheimer, lo va terminando olvidando todo. Recordarla es reírse del olvido. Y el humor necesitamos tanto como la poesía.