Alberto Nuñez Feijóo felicitando a Pedro Sánchez
29/06/2024
2 min

Cuando dos actores rivales se ponen de acuerdo siempre emergen dos cuestiones que en realidad son una. ¿Qué interés tienen en la coincidencia? ¿Y quién ha engañado al otro? O, si quiere decirlo de otra manera, ¿quién ha caído en la trampa del adversario? Feijóo, desde que lidera el PP, se ha mantenido en el ruido y la descalificación permanente del adversario, personalizada en el demonio Sánchez, pese a haber tocado techo en las urnas sin sacarle provecho. De repente ha decidido saltar la barrera y entrar en el camino de lo que enfáticamente se llama pactos de Estado. Con una primera concreción en el acuerdo para la renovación del CGPJ, frenada por el incumplimiento sistemático de la ley por parte de su partido, que llevaba seis años negándose a renovarlo por la sencilla razón de que tenía una mayoría ideológica clara. ¿Debemos entender que estamos ante un cambio de ciclo? ¿Y que PSOE y PP –independientemente de que las agresiones verbales de la derecha para dar satisfacción a su público sigan– entrarán en un ciclo de alternar la pelea y el pacto?

Creo que hay, como mínimo, dos razones para pensarlo: una más prosaica y otra más de fondo y, por tanto, más inquietante. La prosaica es que crece en escena un enemigo común: Isabel Díaz Ayuso, que va acorralando a un Feijóo al que, atascado en su estrategia, Sánchez tiene a raya. En el PP crece la desconfianza en su líder y Ayuso podría agujerear. Lo que tampoco motiva especialmente a Sánchez porque, mirando los vientos que corren por Europa, un PP en manos de la presidenta de Madrid, que alargaría la mano a Vox, podría contribuir descaradamente al despliegue del autoritarismo posdemocrático en España. Enemigo común, pactos en marcha.

Pero podría haber una razón de fondo más sutil, pero lo suficientemente inquietante: un acuerdo implícito de los dos grandes partidos para volver al bipartidismo. Un cierto cierre del sistema, después de estos años en los que una mayoría parlamentaria muy plural ha dado resultados que, si se hubiera buscado el entendimiento entre los dos grandes partidos, no habrían sido posibles. Se entiende, pues, que el PP se mueva a hacer con los socialistas pactos que, de proseguir, inevitablemente restringirían el campo de juego definido en los últimos años. Y provocaría la revuelta de los partidos de izquierdas y de los nacionalismos periféricos que han ido atando cabezas con Pedro Sánchez, ensanchando sensiblemente los espacios de libertad. Se equivocaría a Sánchez si cayera en esta tentación, la derecha se lo comería en cuatro días. Y lo pagaríamos todos. Por mucho que las derechas periféricas –PNV y Junts– se pusieran de perfil y acabaran entrando en el juego del bipartidismo imperfecto.

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