La diplomacia de la vacuna china se ha desplegado con éxito en el centro y el este de Europa. Hungría ha sido el primer país de la Unión Europea en recibir centenares de miles de dosis de Sinopharm y, hace unas semanas, el gobierno de Viktor Orbán anunció que espera poder producir la vacuna china localmente en un planta que está en construcción en Debrecen, al este del país. Serbia, país candidato a la UE, ya ha recibido más de un millón y medio de dosis de Sinopharm. Y lo mismo pasa en el resto de los Balcanes, donde China ya es un inversor clave. Ya hace tiempo que la influencia de Pekín se ha convertido en una fractura más entre el este de la UE y Bruselas. Pero la pandemia ha redimensionado esta sensación de amenaza y de dependencia.
El comercio bilateral entre la Unión y China supone más de 1.500 millones de euros al día. China ya es el segundo socio comercial de la UE, después de los Estados Unidos, y Bruselas es el principal socio comercial de China. Pero la asertividad con la que Pekín despliega su expansionismo por Europa, no solo como poder económico sino con una voluntad mucho más desacomplejada de influencia política, ha obligado a la UE a dar un paso adelante con las sanciones políticas contra las violaciones de derechos humanos en China y con medidas de protección de sus empresas, como por ejemplo prohibir la compra de compañías europeas por parte de empresas extranjeras que reciban ayudas públicas de países de fuera la Unión.
El papel de Biden
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca supuso un cambio en la coordinación entre los EE.UU. y la UE ante lo que perciben como un “rival sistémico” que promueve modelos alternativos de gobierno. La primera acción internacional coordinada entre la UE, los EE.UU., el Reino Unido y el Canadá se tradujo, el marzo pasado, en la aprobación de sanciones contra cuatro altos funcionarios chinos por vulneraciones de los derechos humanos en la región de Xinjiang contra la minoría musulmana uigur. Era la primera vez que la UE tomaba una medida como esta contra Pekín desde el embargo de armas por la masacre de la plaza de Tiananmen de 1989. Pero China ha contestado todavía con más fuerza: no solo prohibiendo la entrada a políticos europeos, sino que, el 10 de junio, el régimen aprobó una nueva ley de sanciones que pone a las empresas europeas en una situación difícil. Y aquí es donde se agrava el dilema europeo y las divisiones internas entre estados miembros, hasta el punto de dejar en suspenso el proceso de ratificación del acuerdo comercial que la UE y China cerraron a finales del año pasado.
Solo el primer trimestre de 2021, el 41% de todos los coches vendidos por Daimler, Volkswagen y BMW fueron a China. Volkswagen es, además, una de las empresas europeas que tienen fábrica en Xinjiang. Los intereses alemanes están en juego.
La irrupción de Biden para intentar construir una coalición que haga frente a este poder chino también ha servido para constatar las divergencias transatlánticas sobre el nivel de presión que cada uno está dispuesto a ejercer contra China. Además, como escribe Sven Biscop, analista del instituto Egmont de Bélgica, “las sanciones son más fáciles de utilizar contra tus aliados que contra tus enemigos”, es decir, contra aquellos que tienen un interés para rehacer las relaciones y, por lo tanto, estarían dispuestos a cambiar algo. Hoy por hoy, China se sabe ganadora en esta confrontación.