Una respuesta enérgica a la agresión energética de Putin

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Planta industrial de gas cerca de Varsovia

El flanco energético de la guerra de Ucrania es esencial. Putin lo sabe y está jugando fuerte: es su gran carta económica. El corte del suministro de gas a Polonia y Bulgaria por haberse negado a pagar con rublos es el último paso de la ofensiva del Kremlin contra la Europa que apoya a Kiev. Estaba cantado que esta agresión energética se produciría. La UE tiene que actuar a la altura de la agresión, con contundencia y unidad, minimizando cada vez más los pagos por el gas y el petróleo rusos, como ya se ha hecho con el carbón. Hay que ver hasta donde está dispuesta a llegar. Igual que los dos países que ya no reciben gas ruso, Alemania, Austria, Italia, Hungría y Letonia también dependen fuertemente de este. En todo caso, la respuesta energética de la UE tiene que ser enérgica y creíble. Y tendría que tener dos tiempos: el corto plazo y el medio.

A corto plazo, máxima solidaridad y coordinación con los países inicialmente afectados –a nadie se le escapa que tras Varsovia y Sofia pueden llegar otros– para hacer inútil el chantaje ruso. Aquí tiene que entrar en juego, por ejemplo, la carta del gas licuado norteamericano o el catarí. Y de entrada, claro, serán cruciales las reservas nacionales de gas, que en el caso polaco parece que son suficientes para aguantar como mínimo un mes y medio y, si las temperaturas acompañan, todavía más. A medio plazo, toca avanzar sin dilaciones hacia una transición energética que potencie fuentes que sean renovables –la crisis climática tampoco espera– y que no hagan a Europa dependiente otras potencias, especialmente de Rusia, pero no únicamente. En este terreno, todos los territorios continentales tienen que asumir su responsabilidad y su disponibilidad. Países como Francia han optado por las nucleares como mal menor. En los lugares donde, como Catalunya, hay un claro potencial eólico y solar, toca arremangarse e ir a tope en esta dirección. Lo mismo vale para España, que además tendría que tener cuidado de mantener segura la entrada del gas argelino, cosa que increíblemente ha puesto en peligro con el asunto del Sáhara. Por otro lado, el hecho de que ahora Bruselas haya permitido que España y Portugal puedan poner límite al precio del gas alrededor de los 50 euros/MWh durante un año para abaratar el precio de la factura de la luz es una medida de solidaridad que rompe temporalmente la unidad de mercado continental y se inscribe en este delicado contexto de guerra energética. Se trata de no poner en peligro la recuperación económica en estos dos países del sur.

"La era de los combustibles fósiles rusos [gas, carbón y petróleo] en Europa se ha acabado", ha sentenciado Von der Leyen, una declaración que no tendría que quedarse en el terreno fácil de la mera retórica (¡Atención! Algunas compañías europeas ya han empezado a saltarse la prohibición de Bruselas de pagar en rublos por vías indirectas). Si nos hacemos trampas, Putin se saldrá con la suya: ahora mismo el boicot económico a Rusia es una necesidad imperiosa que hay que convertir en una oportunidad energética. La guerra de Ucrania también se juega decisivamente en la geopolítica del gas y del petróleo.

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