Gente comprando en el supermercado.
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La trampa de la liquidez, postulada por Keynes en los años 30, es una situación en la que, por dinero que haya, la actividad no despega. Ni el consumo ni la inversión acaban de animarse. La liquidez no se transforma en actividad.

Hay signos de que esto se está dando en España y Europa. La tasa de ahorro de los hogares españoles está por encima de la media histórica prepandemia. Las familias están guardando dinero, no gastándolo.

Al mismo tiempo, los bancos europeos reportan ratios de liquidez récord. Según la Autoridad Bancaria Europea (EBA), el ratio de cobertura de liquidez de los bancos de la eurozona está en máximos. La banca tiene más líquido del que necesita. Tienen mucha liquidez y no se mueve.

Sin embargo, el PIB no crece como debería crecer. Salvo España, que agraciada por el turismo salvará los muebles (tampoco con un crecimiento de traca), el resto de Europa presenta una demanda interna débil.

La inflación y los tipos de interés se han moderado bastante, y aun así la actividad se frena. Es un desajuste clásico entre las condiciones financieras y la respuesta real de la economía.

¿Por qué?

Primero, la incertidumbre. Muchas familias –¡y empresas!– a pesar de tener renta disponible prefieren no comprometerla. Temen nuevas subidas de precios, no confían en la evolución de su uso o, simplemente, están corrigiendo el endeudamiento acumulado de etapas anteriores.

Segundo, la falta de proyectos rentables claros en el sector privado. Las empresas tienen acceso al crédito, pero no se endeudarán si no ven claras las oportunidades de inversión. Trump y los conflictos geopolíticos tienen al sector empresarial desorientado y a la espera de que se aclare el panorama.

Tercero, la política fiscal no acompaña. Aunque los fondos europeos han significado un estímulo importante, el ritmo de ejecución sigue siendo lento.

A partir de aquí, veo dos escenarios posibles.

El primero es que, si se estabiliza el entorno geopolítico, el ahorro se traduzca en un repunte del consumo y la inversión. Pero requiere señales claras de certidumbre económica y política.

Si no se estabiliza podríamos instalarnos en una versión suave de estancamiento: economías con liquidez abundante pero parálisis persistente, en las que el dinero no actúa como motor sino como refugio.

El problema no será de estímulo, sino de confianza.

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