Que el ruido no se coma la política

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El ministro de Presidencia y Justicia, Félix Bolaños, y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, observan a la portavoz de Junts en el Congreso, Míriam Nogueras, en el pleno celebrado en el Senado

La aritmética parlamentaria española pivota sobre una mayoría en la que todos los actores son igual de necesarios. Para la mayoría absoluta hacen la misma falta los 122 diputados del PSOE que los 26 diputados de Sumar, los 5 de Podemos, los 7 de Esquerra, los 7 de Junts y todo lo demás que sirvieron para hacer presidente a Pedro Sánchez. Al otro lado de la balanza quedan PP y Vox como antagonistas.

Sin la posibilidad de la geometría variable para forjar mayorías diversas nos situamos en un escenario nuevo, que todavía no se había dado. Cada partido, en cada votación, tiene la legítima posibilidad de echar un pulso al gobierno socialista y presentarse ante el electorado como el más astuto, el más valiente, el más eficaz, el más coherente, el más de todo. Como en ese viejo anuncio de detergente que presumía de lavar más blanco que el producto de la competencia, en cada votación se cree que existe la posibilidad de decir que unos son mejores que el resto, que unos plantan cara y otros se arrodillan , que unos piensan en el país y otros piensan en el partido, que unos son útiles y otros son inútiles. En definitiva, en cada votación hay una batalla por el relato.

Obviamente, esto no tiene nada nuevo en política. Los partidos políticos compiten entre ellos por animar a la parte del electorado que potencialmente les puede votar y evitar que se equivoquen a la hora de elegir porque su producto lava más blanco. Ahora, cuando las votaciones en el Congreso vienen de un voto, la batalla por el relato será descarnada. En cada jugada, en cada tirada de dados, unos, otros y los de más allá amenazarán con pulsar el botón nuclear de la legislatura que podría hacerlo volar todo por los aires si no se acaba accediendo a las peticiones que defienden. Y también lo hará la oposición.

Ya lo vimos con la constitución de la mesa del Congreso, después en la investidura de Sánchez y esta misma semana lo hemos visto en las votaciones para convalidar los decretos leyes que había aprobado el consejo de ministros. Han sido días de gestos, declaraciones, silencios, amenazas, desdeños, halagos, cinismos diversos y palabras graves. Ha sido, sobre todo, un teatro para hacer relato en el que lo de menos acababa siendo el que se aprobaba o se dejaba de aprobar. Sólo la gente más iniciada, que por alguna razón viva muy directamente el mundo de la política, podría explicar cuál era el alcance, la trascendencia y la utilidad de las medidas que contenían los decretos a aprobar. Lo que realmente importaba era ver quién se llevaba la pelota del partido, ver quién gana y quién pierde, como si de un combate se tratara.

Hace bien cada partido en jugar sus cartas. La política es el arte de conseguir hacer realidad lo que se considera bueno para la gente y para el país, y todas las estrategias son legítimas. Después ya será el electorado quien premie las formas de hacer que más gustan y, para ello, seguro que se verá influido por el relato. Sin embargo, lo que no deberían perder de vista los partidos es que la forma en que realmente lo vive la mayoría de la ciudadanía es muy diferente a la forma en que, desde la política, se cree que lo viven y lo siguen.

A la inmensa mayoría de la gente, de la política sólo les llega el ruido, la anécdota o la hipérbole. Los equilibrios, sutilezas o mensajes entre líneas no salen de los muros de la política. Decir que se han logrado trescientos millones o tres mil o decir que una partida se incrementará un tres por ciento o un treinta y tres son mensajes que difícilmente conmueven a nadie porque las magnitudes sin contexto difícilmente se entienden. Se entienden más las historias que los números.

El ruido de esta semana sobre las votaciones en el Congreso es sólo el aperitivo de otras muchas semanas que vendrán, con votaciones que se decidirán a última hora y en las que el golpe de efecto será el bien más preciado. Veremos que el no en toda la mañana puede ser un sí convencido por la tarde. Y con unas elecciones europeas en la esquina y unas catalanas en el horizonte, todo esto se acentuará aún más.

Las negociaciones políticas pueden hacerse con mucha pirotecnia o con mucha discreción. Una vía puede dar más titulares que otra, pero no necesariamente más resultados. Esto lo sabe muy bien el PNV, que tradicionalmente ha obtenido muchos réditos políticos haciendo muy poco ruido. Si la legislatura se juega cada semana a cara o cruz, quien más rédito puede sacar es el Partido Popular, que también hará su relato, basado en la necesidad de acabar con el ruido y la inestabilidad. Cuando termine esta legislatura, tanto si falta mucho como si falta poco, el mensaje principal de los dos grandes partidos será que se necesitan grandes mayorías y gobiernos fuertes. Esperamos que el ruido y la gesticulación excesiva no estropeen la gran oportunidad que ha dado la aritmética de esta legislatura. Si se juegan las cartas con inteligencia, seguro que a todos nos irá mejor.

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