

Es casi las once y cuarto de la noche y oigo sonar el teléfono. Es un mensaje de un colega pediatra, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A pesar de la hora, abro los ojos como naranjas porque me envía un artículo científico recién publicado donde se muestra que las personas tratadas por médicas tienen una mortalidad significativamente menor que las tratadas por médicos varones.
El artículo, que ha analizado más de 13 millones de casos a través de 35 estudios diferentes, muestra que la probabilidad de muerte de pacientes atendidos por mujeres es un 5% menor. La diferencia puede parecer pequeña, pero en términos absolutos representa miles de vidas. Y no es el único dato relevante: las personas atendidas por médicos también tienen menos probabilidad (un 3% menos) de tener que ser readmitidas en el hospital. Cabe decir que estos resultados se mantienen tanto en especialidades médicas como quirúrgicas.
¿Qué explica estas diferencias?, se preguntarán. Ciertamente, el estudio no permite analizar sus causas, pero investigaciones previas sugieren que podrían deberse a que las médicas tienden a tener mejores habilidades de comunicación y mayor predisposición a trabajar en equipos interprofesionales, así como a seguir más fielmente las guías de práctica clínica y tomar decisiones basadas en la evidencia científica. Por supuesto, no se trata de capacidades innatas, sino de patrones de comportamiento probablemente moldeados por expectativas y roles sociales.
Otro aspecto que aborda el estudio es la concordancia de género entre paciente y profesional. Los resultados indican que tener el mismo género suele asociarse a mejores resultados, especialmente cuando tanto la profesional como la paciente son mujeres. Una de las explicaciones, según artículos previos, podría ser una menor atención a la gravedad o interpretación diferente de los síntomas en pacientes mujeres por parte de médicos varones.
Necesitamos más investigación para estudiar sus causas, pero, mientras tanto, el estudio nos hace reflexionar y hacernos preguntas como: ¿Qué peso damos a las competencias comunicativas e interpersonales en la selección de personal sanitario? a lo largo de la formación médica?, ¿qué sesgos inconscientes siguen operando en la profesión?
Aunque los estudios incluidos en este artículo son de varios continentes, los resultados son especialmente significativos en Norteamérica, porque en esta región se han realizado más estudios. Sea como fuere, lo que necesitamos es entender mejor qué es lo que hace que se logren estos mejores resultados e incorporar estas prácticas a la formación y el ejercicio de todos los profesionales sanitarios, independientemente de su género.
En resumidas cuentas, agradezco el tintineo nocturno del teléfono que me ha hecho llegar el artículo. Me ha hecho pensar. Y mucho. No sólo en una cuestión de equidad de género, sino en la mejora de la atención sanitaria para todos.