En este artículo defiendo la idea de que la expansión del teletrabajo puede ser un estímulo decisivo en el camino hacia el establecimiento de la semana laboral de cuatro días, o, mejor, hacia el establecimiento de un marco legal que permita y facilite al trabajador individual concentrar en cuatro días las horas de trabajo semanales ahora vigentes.
Nick Bloom, de la Universidad de Stanford, estima que, en los EE.UU., la fuerza laboral está yendo hacia una composición de un 50% en trabajos que son esencialmente presenciales, un 10% trabajando prácticamente siempre desde casa (o desde el coworking del lado de casa) y un 40% híbrido, con dos o tres días a la semana en una sede de la empresa. El modelo híbrido es el referente. Por un lado, el trabajo puede incluir una parte de atención presencial al público, o el trabajador puede preferir mantener la presencia en la empresa con el objetivo de evitar una desconexión que puede acabar comportando de facto penalizaciones en salarios o promociones, o la empresa puede optar por asegurar la cohesión institucional y la coordinación de equipos. Pero, por otro, hay una tendencia de fondo que, por mutuo acuerdo de empresas y trabajadores, empuja hacia el teletrabajo las horas dedicadas a tareas en las que, sin afectar la productividad, la presencia física es prescindible: las empresas ganando el ahorro en espacios de trabajo y los trabajadores manteniendo el salario -aquí los sindicatos tienen un papel muy importante- y ahorrando en coste y molestias del transporte para ir al trabajo. Este último aspecto también es socialmente muy útil: menos congestión en el transporte y las vías públicas.
Además, el teletrabajo favorece la flexibilidad horaria. Así, para un trabajador remoto que ni da servicio directo al público ni se tiene que coordinar en streaming con su equipo, lo que naturalmente pasará es que se organizará como quiera el día de trabajo, sujeto a un total preestablecido de horas de trabajo, o al logro de alguna tarea.
Podríamos preguntar a estos teletrabajadores flexibles cómo preferirían distribuir las horas de trabajo semanales, si en seis, cinco o cuatro días. No tengo respuesta científica, pero tengo una hipótesis sobre la cual continúo la discusión: que los cuatro días ganarían por goleada a los seis y cómodamente a los cinco.
Pienso, pues, que crecerá y se consolidará un sector laboral que teletrabajará a pleno tiempo, pero en cuatro días. No será un grupo relativamente grande pero, aun así, creo que el solo hecho de que exista nos hará ver que no hay razón para restringir la semana de cuatro días en los teletrabajadores flexibles. ¿Por qué no abrir la posibilidad a todos los trabajadores? Hacerlo continúa teniendo a favor dos ventajas de peso. Una es la colectiva: descongestionar el transporte (y reducir emisiones). El otro, el individual. En efecto, no estamos hablando de sacrificar los individuos al interés común: el trabajador se ahorra ir y volver del trabajo y disfruta de un periodo de descanso de tres días. Cierto, la jornada laboral presencial será más larga, pero la robotización creciente hace que el trabajo sea físicamente menos penoso y que un día largo de trabajo sea más tolerable. Aunque seguramente no para todo el mundo.
Quizás la conclusión no es tanto que vayamos hacia la semana de trabajo de cuatro días como que la lógica económica y tecnológica nos lleva a promover configuraciones legales que permitan y faciliten el fin de semana largo. Ahora bien, para esto también hace falta que faciliten el fin de semana personal. Porque no se trataría de ir a un mundo donde todo cierra tres días a la semana y la actividad económica hierve el resto de días, sino a uno donde la economía funciona todos los días de la semana pero todos los trabajadores tienen la opción de hacer su trabajo en cuatro días.
No quiero esquivar dificultades. Las hay. Imaginamos la tienda con un trabajador que abre de lunes a viernes. Si el trabajador tiene el derecho de pasar a trabajar cuatro días, y lo ejerce, para mantener la actividad hará falta otro trabajador. Podemos hacer excepciones legales a la opcionalidad de los cuatro días, claro, pero también haría notar que con un trabajador más la tienda podrá estar abierta más horas y abrir todos los días de la semana, cosa que tiene que generar negocio, sobre todo en los tiempos en los que, para competir con las plataformas, al comercio de proximidad le conviene abrir el máximo de horas posible.
¿Y después de cuatro días vendrán tres? Pues no si solo tenemos la justificación de la flexibilidad. Hace falta otra: un aumento de la productividad que haga posible una reducción de horas a la semana.