De Siria a Waterloo, dos notas de actualidad

1. De lejos. Tras medio siglo de dictadura las fuerzas revolucionarias lideradas por los islamistas de Abu Mohamed el Julani han conquistado Siria en once días. Y al llegar a la capital se han encontrado con que el presidente Asad ya estaba en Moscú. No es suficiente con el entusiasmo revolucionario: ¿qué esconde este relato? Poco a poco se va sabiendo lo que ha pasado detrás de la tramoya. Y pone en evidencia las enrevesadas lógicas de los motores de los conflictos que a menudo van mucho más allá de su marco natural. Resulta que Turquía aparece como ganadora del revuelo de la región. Que Erdogan está junto a los rebeldes. Que Rusia y Hezbollah han salido piernas ayúdame, debilitados por los muchos frentes que tienen abiertos. Y que existen cambios de alianzas de consecuencias todavía imprevisibles.

La distancia entre lo que vemos y lo que pasa es abrumadora. ¿Y ahora qué? ¿Qué significa un golpe de estado en el que el primer ministro del gobierno derribado se ha quedado para trabajar con los golpistas? ¿Cómo se zurce todo, con una muchedumbre de grupos haciendo bronca, en un país lleno de miseria y con la calle patas arriba, con la violencia propia de cuando nadie tiene el control del poder? Y, sobre todo, existe una constatación de la fragilidad de determinadas fortalezas: unos que parecen poderosos hoy, aparecen al día siguiente en plena retirada, fruto de un entramado de complicidades difícil de descifrar. La guerra de Gaza está dejando toda una región desquiciada. Y con la inesperada caída de lo más cruel de los dictadores. No todo es lo que parece en un momento de gran mutación de los equilibrios de poder en el mundo.

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2. De cerca. Una niebla de tristeza empaña los ojos de Puigdemont cuando mira a cámara. El tiempo pasa y el cielo no acaba de despejarse. Y después del espectáculo del falso retorno todo se hace aún más difícil de creer. Empeñado en no pasar página y buscar un relevo, es decir, en forzar que el grupo dirigente de Junts ponga las cartas sobre la mesa, dirima discrepancias y renueve efectivamente el partido, Puigdemont va a tientas. Pedir a Pedro Sánchez que presente una moción de confianza –atribución que corresponde al presidente– no da siquiera para hacer algo de ruido. Ahora mismo, Sánchez no tiene ninguna necesidad, y si Puigdemont lo dice es porque sabe que no se hará. ¿Qué sentido tendría en su situación actual ayudar a PP y Vox a tumbar al presidente?

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Hacer propuestas absurdas sencillamente para salir a los medios no hace más que desdibujar al personaje, instalado en un impasse. Y si realmente el guiño a la moción de censura tiene algún sentido, es lo contrario de lo que se supone que Puigdemont pretende encarnar. Por este camino no se rompe la dinámica negativa en la que ha entrado el Proceso, al contrario, se abre el camino al regreso a la lógica que definió la estrategia de Convergència en su larga trayectoria. Será que Puigdemont ha captado el mensaje de Jordi Pujol: ¿nunca debería haberse cancelado Convergència?

Si la apelación a la moción de confianza es algo más que la última ocurrencia para salir a portadas y tratar de mantener viva un tiempo más la llamita que se apaga, sólo puede ser en una dirección: una advertencia que podría ir a una moción de censura. Y dar ese paso sería precisamente el final de ciclo: recuperar la lógica convergente –y del PNV– de acompañar a la alternancia cuando una mayoría entra en desgaste. Dicho de otro modo, se cerraría el paréntesis del período procesista para volver a la normalidad constitucional. Con el obstáculo añadido de la presencia de Vox en el cartel de la derecha, una compañía sensiblemente incómoda.

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Si hacemos confluir estos dos factores, es evidente que la apuesta de Puigdemont, que él mismo reconoce inviable de entrada, es la expresión de un impasse. Ni Sánchez se apuntará, ni, por ahora, Junts –lo ha dicho el propio presidente– podría sumarse a una moción con Vox. ¿Cuál es la alternativa? Que Puigdemont dé el paso, deje vía libre y dé voz a la polifonía silenciada de Junts para que aclaren, en un debate interno, cómo afrontarán una nueva etapa y dejarán de ampararse en el presidente exiliado para evitar decidir qué quieren ser cuando sean grandes. Cuando intentar vivir de lo que no pudo ser ya no da más de sí, es necesario definir una nueva estrategia y nuevos liderazgos. Las resacas del Proceso están siendo largas para los partidos independentistas.