El independentismo no puede ignorar a España
Una parte del catalanismo o nacionalismo catalán quiere, aspira, a la independencia de Catalunya. Sin embargo, y después de octubre de 2017, las posibilidades reales de que este objetivo se logre a corto o medio plazo aparecen como muy escasas, por no decir inexistentes, al menos a ojos de la inmensa mayoría. Sólo un soñador o un iluminado repetiría ahora lo de "lo tenemos a la vuelta de la esquina". Como es sabido, la historia sonríe a los fuertes, no a quienes defienden, o están convencidos de defender, justa causa. En el actual contexto, en el que Cataluña sigue siendo una parte de España, y una parte muy relevante, y cuando ya han pasado más de ocho años de aquella frustrada declaración de independencia, es adecuado, conveniente, plantearse cuál debe ser la actitud que lleve a cabo la relación entre el independentismo y el porvenir del estado español o España.
Viene esta cuestión a cuento, por un lado, de la situación española actual, tan difícil y complicada en algunos aspectos, con un gobierno de coalición que hace aguas, pero con un capitán, Pedro Sánchez, empeñado en no soltar el timón. Por otro, porque Junts per Catalunya, heredero, al menos en parte, del catalanismo hegemónico durante décadas, manifiesta un día sí y otro también que, como suele repetir Míriam Nogueras en el Congreso, su único interés es conseguir ventajas para Catalunya, mientras se desentiende de todo lo demás. Hace unos días, por ejemplo, Junts hizo un llamamiento a ERC para aprovechar la "debilidad" del gobierno español para ganar concesiones para Catalunya. El republicano Gabriel Rufián ha reprochado a Junts haber mentido al insistir en que las iniciativas de Sánchez que ha bloqueado en el Congreso no afectaban a los catalanes. Mientras, Silvia Orriols, la líder de Aliança Catalana, recordó en un mensaje en las redes: "No vamos a participar en las elecciones del reino español, como tampoco participamos ni vamos a participar en comicios en Italia o en Suecia".
O sea: tener en cuenta sólo y ocuparse exclusivamente de lo que afecta directamente a Catalunya y desentenderse de la gobernanza de España. ¿Es éste un planteamiento aceptable o, en cambio, responde sencillamente a una aproximación ilusoria –que desprecia la realidad– y, además, lesiva para aquellos en cuyo nombre se actúa, es decir, el conjunto de los catalanes? Ese dilema no es nuevo, en absoluto. Recordemos lo que le espetó Alcalá-Zamora a Francisco Cambó: "Usted debe elegir entre ser el Bolívar de Cataluña o el Bismarck de España, pero es imposible que quiera ser ambas cosas a la vez". En ese momento, 1918, España atravesaba unos momentos al menos tan difíciles como ahora, y seguramente más.
El catalanismo o nacionalismo mayoritario siempre ha conjugado ambas cosas. Los motivos resultan perfectamente comprensibles. Que España vaya bien propicia, impulsa, una Catalunya que avance en términos digamos materiales, o bienestar. Pero tanto Cambó y la Liga como el resto del catalanismo histórico no han colaborado con el futuro español sólo por razones de esa naturaleza. Lo han hecho también porque, careciendo de la independencia al alcance, consideraban que el desarrollo político y la modernización de España debía conducir a un Estado que asumiera, finalmente, su naturaleza diversa y su constitutivo pluralismo, lo que favorecería el progreso lingüístico, cultural y, en definitiva, nacional catalán. La intervención en la política española tenía y ha tenido siempre una doble dimensión.
Pretender que el futuro de España nada tiene que ver con el futuro de Catalunya es, como decíamos antes, vivir en un mundo de fantasía. O, mucho peor, engañar a la gente. No hay más que recordar que la Generalitat actual fue una concesión del gobierno español –como lo fue también la Mancomunidad–, y que el Estatuto vigente es una ley orgánica española. O que el PIB catalán y el español andan cogidos de la mano. Cualquier observador sabe y debe asumir que a Catalunya le conviene que España vaya bien. También le interesa, y mucho, que España evolucione en una determinada dirección, asumiendo la catalanidad no sólo como algo inequívoco, sino también como un patrimonio a proteger y potenciar.
En consecuencia, la postura basada en el tanto semenfotismo con relación a España –"nos da igual si España va bien o no"– es un error grave (también cuando se hace ver que da igual si gobierna el PSOE o la hermandad PP-Vox). De hecho, resulta nocivo para los intereses de los catalanes, a los que les conviene que España funcione y, a la vez, evolucione políticamente, espiritualmente, si se me permite, de forma positiva a la identidad nacional catalana. La disyuntiva entre ser Bolívar o Bismarck es, en consecuencia, una gran trampa. Tanto si la plantea el liberal-monárquico Alcalá-Zamora como si lo hace el más repicado de los independentistas de hoy. Al nacionalismo catalán y, en su interior, el independentismo, en las circunstancias presentes le interesa hacer ambos papeles. Debe seguir siendo Bolívar y Bismarck a la vez.