Extremadura, la mediocridad
En Extremadura se han recogido los resultados de una campaña mediocre protagonizada por candidaturas mediocres con programas aún más mediocres (por no decir sin programas de ningún tipo: Extremadura era apenas una excusa; se trataba sólo de utilizarla como termómetro de lo que pueda ocurrir en Madrid). Incluso la participación fue mediocre. Con tanta mediocridad, lo que ha salido era previsible: un varapalo para los dos partidos grandes del sistema político español en favor de una extrema derecha, de la que el PP depende, una vez más, para gobernar esta comunidad. También Podemos ha sacado rédito y ha experimentado una cierta subida, aunque irrelevante.
La perspectiva de que el PSOE actúe como alternativa a los pactos PP-Vox (ofreciéndose como socio, estable o puntual, del PP) está descartada desde hace tiempo. Primero, porque el PP ya ha rechazado esta misma alternativa repetidas veces en otras comunidades, como Baleares o la Comunidad Valenciana. El PP tiene un socio preferente, que es Vox, y se asoma y lo cuida, entre otros, porque es un socio peligroso e inestable, del que es necesario estar pendiente constantemente. Pero, sobre todo, porque el PP no tiene la posibilidad de jugar en la geometría variable. Los bloques y el frontismo se han consolidado en la política española –impulsados, muy principalmente, por la derecha y su entorno judicial y mediático–, y las fuerzas del bipartidismo se han visto forzadas (o se han forzado ellas mismas) a aceptar a sus interlocutores naturales: el PSOE, con las izquierdas, los catalanes, los vascos tantas veces en otros momentos. El PP, con la extrema derecha (de la que, al fin y al cabo, en buena medida se formó). Hay, ahora sí, una línea roja entre estos dos espacios y cruzarla significa perder el apoyo de los socios habituales. Es decir, si el PP tratara de entenderse con los socialistas lo pagaría perdiendo los votos de Vox. De hecho, esto ya ocurrió a mediados de 2024, apenas un año después de las autonómicas y municipales que llevaron los acuerdos de PP y Vox a comunidades y ayuntamientos (y de las generales, que volvieron a llevar a un gobierno de Pedro Sánchez, precisamente por la incapacidad del PP de sumar más apoyos que los de Vox). El entendimiento no se volvió a formalizar hasta el pasado mes de mayo, cuando el infumable Mazón logró aprobar los presupuestos valencianos (los del plan de reconstrucción de la dana, con 29.000 millones de euros sobre la mesa) con los votos de Vox.
El PP afronta las elecciones a las autonomías como un intento de dar vigor al flácido liderazgo de Feijóo y su atribulado camino hacia la Moncloa. En Extremadura, tras anunciar que debían arrasar, han quedado igualmente en minoría y sólo han podido celebrar un varapalo (también anunciado) para el PSOE. Para llegar a resultados tan poco interesantes podrían al menos ahorrarnos el griterío y los insultos para el año que debemos empezar. Sobre todo quienes ofenden la inteligencia de los ciudadanos.