Una imagen fija extraída de un vídeo proporcionado por el servicio de prensa del Ministerio de Defensa ruso el 12 de septiembre de 2025 muestra un submarino de la Flota Norte de la Marina rusa participando en los ejercicios militares conjuntos Zapad-2025 en un sitio no revelado en Rusia.
14/12/2025
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Las ondas electromagnéticas no se transmiten por el agua; las sónicas, a través de cambios de presión, sí. Las electromagnéticas viajan a la velocidad de la luz, 300.000 km/segundo; las sónicas, a 1.500 km/segundo y, al ser mecánicas, su velocidad varía en función de las condiciones del medio en que se propagan, la temperatura del agua, etc. Con el sonido se producen los efectos de reflexión y refracción, es decir, que las ondas no se transmiten en línea recta, a diferencia de las electromagnéticas en el aire o en el vacío.

Por consiguiente, el arma naval ofensiva por excelencia es el submarino, porque es difícil de detectar. Siempre que ha habido un poder naval dominante –Reino Unido en los siglos XIX y XX, EEUU en el XX–, la contraparte –Alemania y la URSS, respectivamente– ha desarrollado una fuerza submarina por razones de eficiencia: le permitía conseguir una alta capacidad militar con una inversión reducida.

El submarino, al operar en un medio denso como el agua –1g/cm³–, está sometido a una gran presión, 10 kg/cm² a 100 m de profundidad. Es una dificultad grande, junto con la carencia del oxígeno necesario para el funcionamiento de los propulsores, que son máquinas de combustión interna. Hasta la llegada, en 1957, de los submarinos nucleares, que no necesitan oxígeno, los submarinos tenían una propulsión eléctrica con baterías, que se cargaban con motores diesel que funcionaban cuando el submarino estaba en la superficie.

En los años 20 del pasado siglo España disponía de submarinos modelo Holland de diseño británico. Con la llegada de la República, el ministro de Marina, Giral, y su sucesor Rocha lanzaron un nuevo programa de submarinos Clase D, de proyecto español, que se formalizó en 1934. La Guerra Civil y dificultades técnicas e industriales alargaron la construcción veinte años y los barcos se libraron con lo que la armada calificó de "armada".

España construyó submarinos convencionales Daphne y Agosta de los años 60 a los 80, idénticos a proyectos franceses, construidos en España con materiales y equipos importados de Francia. Cuando en los años 90 España decide construir submarinos para la exportación, acuerda con Francia diseñar y construir en colaboración un nuevo submarino convencional, el Scorpène. Fue un éxito técnico y comercial, y se vendió en Chile, Malasia y la India. La industria submarina es importante. Un submarino convencional como los referenciados tiene un coste de unos 500 M€ y asegura un mercado estable por la dependencia del comprador respecto al constructor.

En 2002 se decidió construir un nuevo submarino para la armada sin colaboración con Francia, el S-80. Es una decisión que vuelve a la tradición de autarquía de los años 30. Francia ha seguido vendiendo submarinos Scorpène. España, después de la separación de Francia, no ha exportado submarinos…

En los últimos años, en España, el submarino S-80 ha sido construido sin especificaciones de diseño ni procesos de construcción o estándares de equipos y sistemas contrastados por la experiencia. A consecuencia de la abrupta interrupción de la colaboración con Francia, se cortó la colaboración con los suministradores franceses de equipos y componentes esenciales, válvulas de casco, sistemas de soplado de lastre, sistemas hidráulicos para timones, etc. Navantia se ha visto obligada a especificar sistemas y buscar empresas que los fabriquen. Se ha tardado 23 años en construir el prototipo del S-80 y los problemas de diseño han obligado a alargarlo 9 metros ya aumentar su desplazamiento en 500 toneladas.

Un submarino requiere una doble capacidad. La técnica, para proyectar y construir un vehículo complejo, y la industrial, con una red de compañías capaz de fabricar los equipos y componentes necesarios. En un submarino la fiabilidad es esencial porque condiciona su seguridad.

Por último, el sistema de combate de un submarino –detección, tratamiento de información y gestión– requiere una capacidad contrastada por la experiencia.

Es en estas dos cuestiones –la fiabilidad de los equipos y componentes y la eficacia del sistema de combate– donde el programa S-80 ha mostrado debilidades. España carece de ecosistemas industriales con capacidades consolidadas en estas dos áreas.

España tiene una triple experiencia: a) el diseño y construcción autárquica de submarinos clase D y S-80, que ha resultado en sobrecostes y plazos excesivos; b) la construcción de submarinos con proyecto de un tercero y equipos y sistemas importados, como en los programas Daphne y Agosta, que ha satisfecho la necesidad interna de submarinos pero que, al no disponer la propiedad del proyecto, no han podido ser exportados; yc) el diseño y la construcción compartidos con un estado y una industria con probada capacidad, y la venta a terceros en el marco de esta colaboración, como ha sido el caso del programa Scorpène de Navantia con Naval Group, de Francia, que es una experiencia que sí ha tenido éxito técnico y comercial.

Esta última alternativa ha dado mejores resultados que las otras dos por la calidad del producto, la transferencia de tecnología y el mercado conseguido. En este ámbito, España tiene en Europa sólo dos posibles socios industriales: o reanuda la colaboración con Francia o negocia una alternativa con Alemania o eventualmente con Suecia, que recientemente ha ganado el concurso para construir submarinos para Polonia. Hay razones políticas e industriales a favor y en contra de una alternativa y otra, pero la decisión es trascendente.

El mercado de defensa europeo evoluciona hacia la integración, apoyando la alternativa c) de cara a futuros programas de submarinos. Es vital tenerlo en cuenta ahora que las actitudes de EE.UU. y de Rusia hacen que la autonomía estratégica de la Unión Europea esté, más que nunca, en juego.

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