El sueño (o la pesadilla) catalán

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Julieta

Una de las camisetas que se han puesto de moda entre los fans de las últimas hornadas de música catalana hace referencia a la cantante Julieta, que con un acierto de marketing luce el lema “Y am the Catalan dream”. Más allá de este producto para fans,algo exagerado, lo que ha sucedido en los últimos años en este país, no sólo políticamente (el Proceso), sino también económica y socialmente (la pobreza creciente, la inmigración, las grietas en el pacto social) hace reflexionar sobre si no hemos perdido todos, de manera peligrosa, la sensación de poder presentar un Catalan dream seductor y viable. La frase, como todo el mundo sabe, deriva delAmerican dream, que evidentemente también es un concepto en crisis: consistía, en resumen, en afirmar todo el mundo tiene la libertad y la oportunidad para alcanzar el éxito y obtener una vida mejor. Es decir: existía una base de democracia y de libertad, pero también una posibilidad de ascenso social. Yo creo que, en Cataluña, podemos estar perdiendo la capacidad de garantizar tanto lo primero, como lo segundo, como lo tercero.

Empecemos por la democracia y la libertad, aunque no creo que haya que entrar demasiado en detalles: a partir del 2017 la población catalana, votara lo que votara y fuera de la sensibilidad que fuera, aprendió de repente que no todo sería posible. Ni por vías democráticas y pacíficas, ni llenándose de razones, ni planteando un conflicto o buscando (durante muchos años) el pacto; ni del derecho ni del revés, ni en las verdes ni en las maduras había ninguna posibilidad de ser respetados como nación. La libertad quedó gravemente en entredicho a partir de aquel 155, como quedó el autogobierno, y en cuanto a la democracia, todo el mundo sabe que no hay democracia sin garantía de los derechos humanos y políticos básicos. Incluso el Consejo de Europa y la ONU tuvieron que intervenir, debido a la magnitud demencial de la represión. Todo esto tiene su vía política, ahora en esto no me meto: lo que me preocupa es cómo ha influido esto en la percepción ciudadana –insisto, de cualquier sensibilidad– que en Catalunya todo es posible como debería serlo en una sociedad de libertades y democrática. El mensaje fue muy claro: Catalunya no va a decidir su futuro. Y, si lo intenta por vías que escapen al control del Estado, también se impedirá con todos los medios. Punto. Final del sueño.

La otra vertiente es la social, la del pacto, la de un solo pueblo, la de la identidad y el progreso. Por un lado, es necesario insistir en la idea de que tener el máximo autogobierno posible (independencia incluida, como opción democrática) es un concepto de amplísimo consenso. Y, por otra, está claro que el auge de la extrema derecha tiene que ver con una certeza (no una percepción sino una certeza) de que el paisaje del país está experimentando unos cambios sociológicos demasiado rápidos o mal gestionados. Es un error afrontar conceptualmente estos fenómenos como una amenaza a la identidad, porque precisamente un país fuerte o una cultura fuerte es capaz de afrontar olas más o menos grandes. Yo creo que el Catalan dream debe poder acoger –conceptualmente– a todo el mundo, venga de donde venga, y creo que ésta debe ser incluso una característica de la identidad catalana. Pero también creo que ese principio fundamental implica límites y gestión. Límites en términos de cifras (cuánta gente y por qué esta cifra) y gestión en términos de medios económicos y condiciones (requisitos para la acogida, relacionados con el fomento de la lengua y la cultura catalanas). El Catalan dream es una pesadilla si, encima de la diglosia castellana y de la primacía del poder estatal sobre las decisiones, sumamos la falta de herramientas para garantizar que nuestra cultura no quede sometida a fragilidades innecesarias. Si todo esto se gestiona bien, la inmigración no es una amenaza sino una oportunidad. Pero no, no se está haciendo bien. Y ahora ya es grave.

El tercer factor grave es el del ascensor social: no hay sueño si no hay acceso a la vivienda y facilidades para el desarrollo de los jóvenes, en un país demasiado envejecido y una economía demasiado dependiente de sectores especulativos. Un país sólo puede valer la pena si efectivamente todo el mundo puede desarrollar su sueño, y si el fracaso no supone la ruina. Si tiene una clase media fuerte, culta, civilizada y dinámica, y sobre todo independiente. Libertad, democracia y progreso no pueden ser sólo un sueño: son sólo la base para soñar. Pues eso, esto es lo que aquí (no en Estados Unidos, sino aquí) nos estamos cargando.

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